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El diario del Oasis Norte de Mendoza

Historia

12 de septiembre de 2013

De de La Valle a Lavalle

  •   Por Jorge Abalo
           

Juan Galo Lavalle

Juan Galo de Lavalle fue uno de los hombres más controvertidos de nuestra historia nacional. Héroe en las campañas de San Martín y Bolívar, respondió a la ideología unitaria, que defendió ciegamente hasta el fin de sus días. El fusilamiento de Manuel Dorrego, ordenado por él, contribuyó al encumbramiento de Juan Manuel de Rosas como gobernador de la provincia de Buenos Aires, contra quien se levantará sin éxito en repetidas oportunidades, siempre en defensa de la causa unitaria.JuanLavalle

Juan Galo de La Valle nació el 17 de octubre de 1797 en Buenos Aires. Fue el quinto hijo de Manuel José de La Valle y Cortés y María Mercedes González Bordallo. Su padre, descendiente directo del conquistador de México, era contador general de las Rentas y el Tabaco del Virreinato del Río de la Plata.

En 1799, los De La Valle se trasladaron a Santiago de Chile. Desde allí, palpitan las noticias de las invasiones inglesas, alarmados por la ineficiencia de las autoridades coloniales para resistir a los ingleses.

Ya en 1807 la familia se muda nuevamente a Buenos Aires. Por entonces, la crisis del imperio español comenzaba a evidenciarse y grupos de jóvenes criollos se plantean la posibilidad -lejana todavía- de cortar los lazos con la metrópoli.

La Revolución de Mayo resultó claramente adversa para con los De La Valle, por su subordinación a las autoridades españolas. Recién en 1812, una vez asumido el Primer Triunvirato, el gobierno nombra a Manuel (amigo cercano de Bernardino Rivadavia, secretario del Triunvirato) administrador de la Aduana de Buenos Aires.

El Primer Triunvirato es derrocado en octubre de 1812 por fuerzas dirigidas por militares pertenecientes a la llamada Logia Lautaro, entre quienes se encontraban Carlos María de Alvear y José de San Martín.

A cargo del Regimiento de Granaderos a Caballo, San Martín decidió encaminar la formación de un conjunto de jóvenes voluntarios que se incorporarían como cadetes. Pertenecientes en muchos casos a las familias más distinguidas de la ciudad. Juan Galo de Lavalle (que en esa época suprimió el «de» de su apellido y lo apocopó, posiblemente para evitar la vinculación con los apellidos españoles) pidió su alta como cadete y fue aceptado en agosto de 1812.

Se destacó en las prácticas rigurosas impuestas por San Martín y rápidamente se ganó su respeto. Sin embargo, Lavalle no fue escogido para participar en el Combate de San Lorenzo, en el que las tropas de San Martín se impusieron sobre los realistas y su bautismo de fuego tuvo lugar durante la toma de Montevideo, en 1814. Allí, quiso el destino que actuará bajo las órdenes de Manuel Dorrego.

Cuando San Martín se hizo cargo del Ejército de los Andes, Lavalle recibió la orden de trasladarse a Cuyo para incorporarse al mismo. Allí, en uno de los convites organizados por Remedios de Escalada de San Martín, la joven esposa del Libertador, Lavalle conoció a su futura esposa, María de los Dolores Correas.

Durante el cruce de los Andes, Juan Lavalle marchó a la vanguardia, bajo las órdenes del brigadier Miguel Estanislao Soler. Se destacó en el triunfo de Chacabuco, en febrero de 1817, y ya ostenta el grado de general en jefe, cuando el ejército patriota fue derrotado en Cancha Rayada. Luego de la victoria de Maipú, Lavalle acompañó a San Martín en el avance sobre Perú, en el cual también brilló por sus dotes militares.

Lavalle formó parte del ejército que San Martín envió a Simón Bolívar para continuar con la independencia americana y participó de la campaña al Ecuador. Tuvo una actuación excepcional en los combates de Río Bamba y Pichincha.

Juan Lavalle retornó a las Provincias Unidas en 1823, y tras un breve paso por Mendoza, donde visitó a su prometida, emprendió la marcha hacia la capital del antiguo Virreinato. El gobierno de Martín Rodríguez lo recibió con honores. Lavalle se sorprendió de los cambios ocurridos en la ciudad, los cuales se encontraban fuertemente relacionados con las reformas llevadas adelante por uno de los ministros de Rodríguez, Bernardino Rivadavia.

Lavalle cumplió su promesa y regresó a Mendoza, donde contrajo matrimonio con María de los Dolores en abril de 1824. Regresó a Buenos Aires junto con su esposa y fue nombrado jefe del Cuarto Regimiento de Infantería, cuyo objetivo era cubrir la frontera sur del río Salado con el fin de avanzar sobre el territorio dominado por los indígenas, un problema que comenzaba a inquietar fuertemente al gobierno. Se pretendía demarcar una nueva línea de frontera que debía estar comprendida entre las costas del mar y las orillas del río Las Flores, pasaría por Balcarce y Tandil y avanzaría hacia el oeste, hacia el límite con Santa Fe.

En febrero de 1826, Bernardino Rivadavia fue designado presidente de las Provincias Unidas. La gestión de Rivadavia fue fuertemente resistida por los representantes de las provincias, quienes veían en él la consagración del ideario unitario.

En tanto, comenzó a destacarse entre los opositores la figura de Manuel Dorrego, que desde las páginas del diario El Tribuno hostigaba continuamente al poder Ejecutivo representado por Rivadavia y criticaba su proyecto de ley electoral en estos términos:

«…Y si se excluye a los jornaleros, domésticos asalariados y empleados también, ¿entonces quién queda? Queda cifrada en un corto número de comerciantes y capitalistas la suerte del país. He aquí la aristocracia del dinero, entonces sí que sería fácil poder influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas; y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro en el Banco, y entonces el Banco sería el que ganaría las elecciones, porque él tiene relación con todas las provincias. «

Juan Lavalle fue enviado a integrarse al ejército en la guerra con el Brasil, donde nuevamente se destacó por sus dotes militares.

En tanto, en Buenos Aires en 1826, las gestiones diplomáticas para concluir la guerra con Brasil,  nada favorables para las Provincias Unidas, y la sanción de una Constitución unitaria y centralista, pusieron en jaque al gobierno de Rivadavia, quien debió renunciar.

El fracaso unitario facilitó la llegada a la gobernación de Buenos Aires del federal Manuel Dorrego, lo cual produjo una fuerte inquietud en el círculo oligárquico de la ciudad, que apoyaba al sistema unitario.

Así escribía el unitario Julián Segundo de Agüero a Vicente López en ocasión de la asunción de Dorrego:

«No se esfuerce usted en atajarle el camino a Dorrego: déjelo usted que se haga gobernador, que impere aquí como Bustos en Córdoba: o tendrá que hacer la paz con el Brasil con el deshonor que nosotros no hemos querido hacerla; o tendrá que hacerla de acuerdo con las instrucciones que le dimos a García, haciendo intervenir el apoyo de Canning y de Ponsonby. La Casa Baring lo ayudará pero sea lo que sea, hecha la paz, el ejército volverá al país y entonces veremos si hemos sido vencidos.»

A mediados de 1828, la mayor parte de la clase terrateniente, afectada por la prolongación de la guerra, retiró a Dorrego el apoyo político y económico. Le niega recursos a través de la Legislatura y lo fuerza a transigir y a iniciar conversaciones de paz con el Imperio.

Dorrego tuvo que firmar la paz con Brasil aceptando la mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental. Así nacía la república Oriental del Uruguay en agosto de 1828.

La derrota diplomática de la guerra con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban desmoralizadas fueron utilizados como excusa por los unitarios para conspirar contra el gobernador Dorrego.

El 1º de diciembre de 1828, un golpe de estado encabezado por el General Lavalle derrocó a Dorrego. Algunos unitarios se dirigieron a Lavalle y opinaron sobre lo que debía hacerse con el gobernador capturado. Salvador María del Carril le escribía a Lavalle el 12 de diciembre de 1828:

«La prisión del General Dorrego es una circunstancia desagradable, lo conozco; ella lo pone a usted en un conflicto difícil. La disimulación en este caso después de ser injuriosa será perfectamente inútil al objeto que me propongo. Hablo del fusilamiento de Dorrego. Hemos estado de acuerdo en ella antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla. Prescindamos del corazón en este caso. La Ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio, de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza de la hidra, y no cortará usted las restantes. Nada queda en la República para un hombre de corazón. «

La nefasta influencia de Del Carril se aprecia en esta carta de Lavalle a Brown:

«Desde que emprendí esta obra, tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra, y sólo la carta de Vuestra Excelencia puede haberme hecho trepidar un largo rato por el respeto que me inspira su persona. Yo, mi respetado general, en la posición en que estoy colocado, no debo tener corazón. Vuestra excelencia siente por sí mismo, que los hombres valientes no pueden abrigar sentimientos innobles, y al sacrificar al coronel Dorrego, lo hago en la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo. Estoy seguro de que a nuestra vista no le quedará a vuestra excelencia la menor duda de que la existencia del coronel Dorrego y la tranquilidad de este país son incompatibles».

EL general Lavalle decide fusilar a Dorrego el 13 de diciembre. El gobernador derrocado se despedía de sus seres queridos: «Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más la Providencia Divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado. Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido ser en compañía del desgraciado».

A sus dos pequeñas hijas decía: “Querida Angelita: Te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre. Querida Isabel: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre”.

Lavalle fusiló a Dorrego y así lo anunció en un Bando: «Participo al Gobierno Delegado que el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componente esta división. La historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido morir o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público».

En Buenos Aires, las repercusiones de la muerte de Dorrego no se hicieron esperar y el propio grupo que había gestado el golpe de Estado se alejó estratégicamente de Lavalle, quien había sido designado gobernador provisorio, pero aún no había regresado a la capital. En las provincias del interior la situación no era muy distinta.

Finalmente, ante la inminencia de una guerra civil, Lavalle accedió a reunirse con Juan Manuel de Rosas, cuya influencia era cada vez más importante en los círculos federales que asediaban continuamente a las fuerzas de Lavalle. La reunión se produjo en Cañuelas, en junio de 1829; allí Lavalle y Rosas firmaron un pacto por el cual se decidió el cese de las hostilidades, la elección de autoridades para la reinstalación de la Legislatura, que nombraría a un gobernador al que ambos se someterían junto con sus fuerzas. En tanto esto sucedía, Lavalle ejercería el cargo de gobernador provisorio y Rosas el de comandante general de la campaña. El pacto tenía una cláusula secreta, en la cual Rosas y Lavalle se comprometían a conseguir el triunfo de una lista de candidatos a diputados que había sido concebida por Rosas.

Pero los unitarios de Buenos Aires se negaron a suscribir esa lista. La ciudad se vio envuelta nuevamente en un conflicto armado entre federales y unitarios, y Lavalle, sin capacidad de respuesta, anuló las elecciones y firmó un nuevo pacto con Rosas, por el cual Juan José Viamonte fue nombrado gobernador provisorio.

A partir de entonces, la situación de Lavalle en Buenos Aires se volvió insostenible y debió exiliarse en la Banda Oriental. Allí lo encontró la noticia del ascenso de Rosas a la gobernación, como consecuencia de una fuerte campaña de prensa en la cual Don Juan Manuel hablaba de Manuel Dorrego como un mártir de la patria y de Lavalle como un salvaje asesino.

En tanto, el general José María Paz, que encabezaba la oposición unitaria del interior, se consolidaba en la provincia de Córdoba, desde donde lanzó la llamada «Liga del Interior», que pretendía acabar con los caudillos federales de las distintas provincias, aliados de Rosas. Instigado por Salvador María del Carril, Lavalle emprendió entonces una invasión a Entre Ríos desde la Banda Oriental. El objetivo era el avance sobre el litoral para reunirse con Paz, pero fue dos veces derrotado.

En 1839, con el apoyo de los exiliados del régimen rosista, pasó a Entre Ríos y comenzó a avanzar con el objetivo final de derrocar a Rosas. Pero en septiembre de 1840, Rosas logró reunir 17.000 hombres para hacerle frente, por lo cual Lavalle, al mando de apenas 1.100, se retiró a Santa Fe.

La tropa de Lavalle fue constantemente perseguida y su líder fracasó en todos los intentos de reorganizar su maltrecho ejército.

Llegó a Tucumán en 1841, desde donde intentó una vez más avanzar sobre la capital, pero fue derrotado en Famaillá por las fuerzas de Oribe, el caudillo uruguayo apoyado por Juan Manuel de Rosas. La derrota marcó el fin de la llamada «coalición del norte».

Cuando el contingente llegó a Jujuy, el 7 de octubre por la noche, se encontró con que las autoridades habían fugado hacia la quebrada de Humahuaca, dejando acéfalo el gobierno.

El  9 de octubre de 1841, una partida federal dio con la casa donde se encontraba Lavalle y disparó a la puerta. Una de las balas atravesó la cerradura e hirió de muerte a Lavalle. Su cadáver fue conducido hacia la catedral de Potosí, donde fueron depositados sus restos.

En 1858, los restos del General Lavalle fueron trasladados al cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, donde descansan actualmente, a metros de la tumba de Dorrego. El general no pudo cumplir con su juramento: «Si algún día volvemos a Buenos Aires, juro sobre mi espada, por mi honor de soldado, que haré un acto de profunda expiación: rodearé de respeto y consideración a la viuda y los huérfanos del Coronel Dorrego».

Felipe Pigna, El Historiador.


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