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El diario del Oasis Norte de Mendoza

Turismo

12 de septiembre de 2013

Un museo que atesora enormes recuerdos

  •   Por Jorge Abalo
           

Preservar las huellas del pasado histórico fue el proyecto y la tarea que se propusieron, en l977, los alumnos de 7º Grado de la Escuela «Juan Galo», la señora directora y parte del cuerpo docente. Con toda decisión y empeño se pusieron manos a la obra, caminando, prácticamente, todo el Departamento en cumplimiento de tan alto y hermoso objetivo.

museo

Paulatinamente fueron acumulando elementos de la historia mediante el recuerdo de viejos habitantes, que transmitían oralmente lo que les permitían sus propias memorias; también variada documentación, toda muy valiosa, como asimismo numerosas piezas artesanales y otros elementos, los que en conjunto, daban un panorama histórico de nuestro territorio, de sus habitantes, tanto nativos como de los que llegaron en las grandes corrientes inmigratorias, la mayoría de la vieja Europa, de los pueblos árabes. En octubre del mismo año, los materiales recopilados se transformaron en museo, ya que el municipio se hizo cargo del mismo a través de la comisión de cultura. Los objetos y documentación se colocaron en la iglesia.

En esa misma época se comenzó la construcción del Centro Cívico y en l982, se trasladó el museo a dicho lugar. Allí funcionó hasta el año l999 en el cual se trasladó, en forma definitiva a la casona de D. José Montenegro, donde actualmente cumple con su invalorable tarea de mostrar a propios y visitantes, estas preciosas expresiones de nuestro pasado y resguardo de la memoria colectiva, en cuanto significa tener identidad en el presente para asegurar el futuro.

La vieja casona, sede del Museo, es por sí misma un conjunto edilicio a gustar por su estilo eminentemente colonial, con rasgos propios, de acuerdo al entorno la inmensidad del espacio que los rodeaba. La casona no solamente, como nos dice la señora, era el hogar, sino también el medio con que sus dueños expresaban su hospitalidad a visitantes, que no faltaban. Ya como museo, en varios ámbitos guarda valiosos objetos que hablan de un pasado, no muy lejano, en que lo primitivo se exhibe junto a una incipiente modernidad. Así, al lado de sulkys y berlinas, un camión-chata de l928, marca Chevrolet, y una canoa de totora, que seguramente era el vehículo náutico para transitar la laguna de Guanacache, exactamente igual al que los antiguos pobladores del incario se movilizaban -y lo siguen haciendo- en el lago Titicaca, en Bolivia. Esto señala, además, que nuestros huarpes pertenecían a la civilización incaria. Cacharros de barro cocido, con máquinas de escribir de «primera generación», elementos para la molienda y el prensado de la uva para convertirla en vino. Viejas herramientas de labranzas, como los arados, dan testimonio de que la labranza exigía un esfuerzo y sacrificio enorme a los agricultores.  Un espacio está dedicado a los inmigrantes que llegaron, a principios del siglo XX a la zona, los que junto con el nativo forjaron un presente lleno de promisión. Otro espacio para las reinas de las vendimias refleja la actualidad de una fiesta ya tradicional en que se rinde homenaje a los hacedores de la vid y el vino, tanto los poseedores de la tierra y de la producción, como a los trabajadores.

Esta institución, este Museo, es una posibilidad para las generaciones presentes y venideras de incorporar en su saber y en su espíritu un patrimonio que es parte de su identidad.

Ramón Abalo.


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