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7 de noviembre de 2013

Puños para la libertad: la oculta historia olímpica de dos grandes corredores

  •   Por El Despertador
           

Han pasado casi 45 años desde que Tommie Smith y John Carlos subieran al podio luego de los 200 metros llanos de las olimpíadas de México en 1968 y crearan la que debe ser considerada como la imagen más fascinante y duradera en la historia del deporte o de la protesta. Pero mientras la imagen ha resistido el paso del tiempo, la lucha que condujo a ese momento se ha omitido. Hoy te la contamos.

 

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David Zirin

(Traducción: Hugo De Marinis)

 

Si se la menciona en los libros de texto de los Estados Unidos, la famosa foto aparece prácticamente sin contexto. Por ejemplo en La historia de los Estados Unidos de Pearson/Prentice Hall’s se muestra la instantánea en el lado opuesto de una sección de tres cortos párrafos titulada, “Jóvenes líderes por el Poder Negro”. El epígrafe de la foto dice simplemente “…los atletas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos alzaron los puños en protesta contra la discriminación.

Los medios – y los programas escolares – estadounidenses no tienen en cuenta el contexto que produjo el famoso gesto de resistencia de Smith y Carlos: fue producto de lo que se llamó “La rebelión del atleta negro”. Los atletas negros amateurs habían conformado el OPHR [por sus siglas en inglés], Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos, para organizar un boicot afroamericano a los juegos olímpicos de 1968. El OPHR, el doctor Harry Edwards – su líder y organizador – y sus voceros atletas más importantes, Smith y el velocista Lee Evans, cuya especialidad eran los 400 metros llanos, estaban profundamente influenciados por el movimiento de liberación negro. Su objetivo fue nada menos que exponer cómo Estados Unidos usaba a los atletas negros para proyectar una mentira acerca de las relaciones de raza tanto dentro del poderoso país como internacionalmente.

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El OPHR planteaba cuatro exigencias: devolver el título boxístico peso pesado a Mohammed Ali, separar a Avery Brundage del cargo de director del Comité olímpico internacional [IOC por sus siglas en inglés], emplear a más entrenadores afroestadounidenses y apartar a Sudáfrica y Rodesia de las olimpíadas. Ali había sido despojado de su título un poco antes ese año por los poderes fácticos del boxeo debido a su resistencia al reclutamiento obligatorio para ir a Vietnam. Al acompañar la posición de Ali, el OPHR manifestaba su oposición a la guerra. Con el llamado a contratar a más entrenadores afroestadounidenses y a separar a Brundage, sacaban de las sombras una parte de la historia olímpica que los que detentaban el poder deseaban ocultar. Brundage fue un antisemita y un defensor de la supremacía blanca, mejor recordado en estos tiempos como quien plasmó el trato con Hitler para que Berlín fuera la sede de las olimpíadas en 1936. Con la exigencia de excluir a Sudáfrica y Rodesia, apuntaban a transmitir su internacionalismo y solidaridad con la lucha de liberación negra contra el Apartheid en África.

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Un boicot más amplió perdió fuerzas por varias razones; en parte porque el IOC se volvió a comprometer a apartar a los países del Apartheid de los juegos. La más importante razón por la que el boicot total fracasó fue porque los atletas que se pasaron la vida preparándose para su momento olímpico de gloria simplemente no se avinieron a renunciar a él.

Hubo asimismo acusaciones sobre una campaña de acoso e intimidación orquestada por personas cercanas a Brundage. Pese a estas presiones, un puñado de atletas olímpicos estaba determinado a mantener sus posiciones. No se encontraban de ninguna manera solos. El período previo a los juegos olímpicos de México estaba electrificado por el fragor de las luchas. Ya en 1968, el mundo había visto la ofensiva del Tet en Vietnam, que demostró que Estados Unidos no estaba cerca ni mucho menos de «ganar la guerra”; a la vez, la primavera de Praga, en la que estudiantes checoeslovacos desafiaban los tanques de la estalinista Unión Soviética, demostraban que la disidencia crepitaba en ambos lados de la cortina de hierro; y el asesinato el 4 de abril de Martin Luther King Jr., y los levantamientos urbanos que prosiguieron – junto al crecimiento exponencial del Partido de los Panteras Negras en Estados Unidos – pusieron de manifiesto una lucha de liberación de los afroestadounidenses que no se atenuaba por las reformas a los derechos civiles que habían llegado a transformar el sur estadounidense de las leyes de Jim Crow(1). Luego, el 2 de octubre – diez días antes de las ceremonias de inauguración de los juegos de 1968 – las fuerzas de seguridad mexicanas masacraron cientos de estudiantes y trabajadores en la Plaza de Tlatelolco de la ciudad de México.

(1) [N. del t.:] Las leyes de Jim Crow fueron leyes estatales y locales en los Estados Unidos promulgadas entre 1876 y 1965, que asignaban la segregación racial en todas las instalaciones públicas por mandato de iure bajo el lema «separados pero iguales» y se aplicaban a los estadounidenses negros y a otros grupos étnicos no blancos, principalmente en el sur de los Estados Unidos.

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Aunque el hostigamiento y la intimidación a los atletas del OPHR no se pueden comparar a esta masacre, la intención fue la misma: reprimir la protesta y asegurarse que la sede de las olimpíadas era «adecuada» para la visita de dignatarios, jefes de estado y una audiencia internacional. En el segundo día de los juegos Smith y Carlos expresaron su posición. Smith marcó un record mundial, ganando el oro en los 200 metros; Carlos capturó el bronce. Smith desenfundó unos guantes negros. El atleta que obtuvo la medalla de plata, un corredor australiano llamado Peter Norman se colocó en el pecho un cartel de apoyo al Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos para mostrar su solidaridad en el podio olímpico. Y en tanto que la bandera de las barras y las estrellas subía y se escuchaba el himno estadounidense, Smith y Carlos bajaron las cabezas y levantaron los puños en lo que fue descrito alrededor del mundo como el “saludo del poder negro”, creando un momento que definiría el resto de sus vidas. Pero hubo muchos más acontecimientos en el podio que solo los guantes negros. Los dos hombres se presentaron descalzos para protestar contra la pobreza de los negros, así como también llevaban collares y bufandas para protestar contra los linchamientos.
En cuestión de horas, el IOC hizo correr el rumor de que Smith y Carlos habían sido despojados de sus medallas (aunque esto no era cierto) y expulsados de la villa olímpica. Brundage se proponía enviar un mensaje a todos los atletas en cuanto a que se aplicarían sanciones a cualquier manifestación política en el campo de juego. Pero a Brundage no faltaban asociados en su furiosa reacción. El Los Angeles Times acusó a Smith y Carlos de haber hecho un gesto similar al saludo nazi. Time puso en tapa una versión distorsionada del logo olímpico pero en lugar de “más rápido, más alto, más fuerte”, garabateó “»más enojado, más desagradable, más feo”. El Chicago Tribune calificó el acto como “una vergüenza para el país”, un “acto que desprecia a los Estados Unidos” y “un insulto a los compatriotas”. A Smith y Carlos el diario los consideró “renegados” que volverían al país “para ser saludados como héroes por sus pares extremistas”, se lamentaba la publicación. Pero el golpe de gracia lo dio un joven periodista del Chicago American llamado Brent Musburger quien los llamó con desprecio “un par de tropas de asalto de piel negra”.

Pero si bien Smith y Carlos fueron atacados desde una multitud de direcciones, también recibieron innumerables expresiones de apoyo, incluidas algunas impensadas. Por ejemplo, el personal del equipo olímpico de Estados Unidos emitió la siguiente declaración:
Nosotros – como individuos – nos hemos preocupado acerca del lugar del hombre negro en la sociedad estadounidense en su lucha por la igualdad de derechos. Como miembros del equipo olímpico de Estados Unidos, cada uno de nosotros ha llegado a sentir el compromiso moral de apoyar a nuestros compañeros de equipo negros en sus esfuerzos de dramatizar las injusticias y desigualdades que permean nuestra sociedad.

Smith y Carlos sacrificaron privilegio y gloria, fama y fortuna, por una causa más abarcadora: los derechos civiles. Como dijo Carlos, “Muchos de los atletas negros pensaban que ganando medallas olímpicas superarían el racismo o que quedarían inmunes a él. Pero aún si ganaras una medalla, esta no va a proteger a tu madre ni a tu hermana ni a tus hijos. Te dará quince minutos de fama, pero, ¿qué acerca del resto de tu vida?”

La historia de Tommie Smith y John Carlos en los juegos olímpicos de 1968 se merece más que un bocadito audiovisual en una ligera sección de libro de texto sobre el “poder negro”. Como se señala en el Proyecto de Educación de Howard Zinn, en su serie “Si conociéramos nuestra historia”, este es uno de los muchos ejemplos de la distorsión de la historia y de lo que falta en ella, en las escuelas; solo se convierte a los planes de estudio en listas de fechas y nombres famosos. Cuando les presentamos a nuestros estudiantes la historia del acto desafiante de Smith y Carlos, podemos incluir un contexto rico de activismo, coraje y solidaridad que no hace sino sembrar vida en el estudio de la historia – y en la larga lucha por la igualdad racial.

Good Magazine (http://www.good.is/post/fists-of-freedom-an-olympic-story-not-taught-in-schools/), 23 – 07 – 12


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