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4 de abril de 2018

La jodita cotidiana en la cola del banco

  •   Por El Despertador
           

El miércoles santo, como cada mediados de semana, me dispuse a dar una vuelta por los techos de algunas instituciones públicas de Lavalle para chusmear como andan las cosas. En el Banco Nación se comenzó a rumorear que el servicio de atención al público de esa entidad iba a cortarse más temprano de lo normal, alrededor de las 12.

Corroboré la información con algunos informantes felinos que suelo tener y me lo confirmaron: a raíz del no acuerdo de la paritaria a nivel nacional, los bancos no atendieron al público esta corta semana, entre las 12 y 13, para realizar asambleas de los trabajadores bancarios.

Como era de esperarse de cara a un fin de semana «extra large», la sucursal lavallina del Nación, estaba hasta las manos de gente para realizar sus trámites, pagar o cobrar. Dos largas colas copaban la vereda. Una para los cajeros automáticos, que si bien están disponibles a cualquier hora, se decía por ahí que se iban a quedar sin plata y no se los recarga hasta el martes que viene. La otra, que habrá tenido unas 40 personas, eran para la atención del público por ventanilla. Ésta daba unas vueltas, por los cordoncitos, de esos que tiene el banco, y salía para afuera llegando hasta el final de la rampa de entrada.

En un momento, y quizás por una suerte de instinto de supervivencia, el grupo de esa cola, se arregló para hacer otro par de curvas, salirse del sol y meterse todos adentro del banco. Como diciendo: si cierran la puerta, ya estamos adentro, y que nos saquen a los pechones. También porque algunos habían entendido que a las 12 se cerraba la puerta, pero se iba a atender a todos los que estuvieran adentro. Pero el personal policial que se encuentra al fondo, al mismo tono con el que interpelan: -Señora! El celular!- o -Caballero! Por favor guarde el celular!- expresaron: -los cajeros van a atender hasta las 12 y al que lleguen a atender, al resto no se lo atiende-.

Esa afirmación generó una ola de rumores en la que mucha gente se quedó, con cara de pollo que mira un bicho, como preguntándose: ¿qué hago?, ¿llega la cola antes de las 12? Algunos abandonaron la empresa al instante y otros decidieron arriesgar. En esa larga espera, yo cerca de un dintel que me protegiera de los perros que custodian los cajeros automáticos cada noche, veo a un señor con dos niñas, que pueden haber sido sus hijas, y las sienta en las sillas para esperar, con alguna golosina. El hombre pregunta por donde iba la cola, quién era el último, y, hasta ahí, parece que se dispone a arriesgar su tiempo como el resto. Pero se lo veía un poco inquieto al final de la cola, que ya estaba hecha una curva que volvía, de allá, del fondo. En un momento lo veo haciendo un gestos con las manos, levantando 3 de sus dedos frente a su abdomen, y la cara hecha un moño mirando al mostrador del fondo, sí, ese donde personal policial colabora con la seguridad. Intenté ver con quien era el intercambio gestual y veo a un masculino, que contesta con la cara algo más natural y lo «cabecea» al viejo estilo de los bailes, como quien saca a bailar a una dama. Este muchacho, alto, de lentes, con las manos en los bolsillos de su jean, se acerca sigilosamente al policía en cuestión, para, ya a un costado del mostrador, y en una actitud de cuchicheo, intercambiar algún diálogo.

El milico se va para adentro y al ratito vuelve con un sobre, blanco, con el logo del banco, algo abultado. Cualquiera diría en esas circunstancias, que el sobre tenía algunos fajos de dinero, ¿30 mil pesos quizás?, digo, por los 3 dedos arriba. El señor busca a las niñas que lo esperaban muy obedientes en los asientos, y sale del banco con su sobre abajo del brazo.

El pitido que llama a entrar a cada ventanilla dejó de sonar como a las doce y cinco. Ese miércoles santo, unas 30 personas que estaban en la cola, se quedaron con la cara larga, porque salió un cliente (que arriesgó acercarse a ver que le decían) con la noticia de que no atendían más porque había comenzado la medida de fuerza de los trabajadores bancarios. Algunos, riendo por las circunstancias, otros puteando en siete idiomas y otros resignados a volver recién el martes que viene, se fueron retirando uno a uno del banco. Quedó la cola del cajero automático.

Ante lo relatado me pregunto: este muchacho que, claramente, venía con la intención de hacer un trámite y bancarse la cola, ¿se coló con la ayuda de un funcionario policial?, y la que sigue, asumiendo desde el vamos que lo ocurrido no es muy justo con el resto de los clientes: ¿es legal ese procedimiento? Al fin y al cabo, si la medida de fuerza era de los trabajadores bancarios, el policía podría haber seguido atendiendo al resto, ¿no?


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