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6 de noviembre de 2015

La historia de Martín Ogando Montesano, el nieto número 118

  •   Por El Despertador
           

Por testimonios de sobrevivientes del Pozo de Banfield, se sabe que nació el 5 de diciembre de 1976 en ese centro clandestino. Sus papás eran Stella Maris Montesano, y Jorge Oscar Ogando, ambos militantes del PRT-ERP. Su hermana Virginia tenía tres años cuando los secuestraron y quedó al cuidado de su abuela Delia Giovanola. Se suicidó en 2011, sin llegar a conocer a su hermano, a quien buscó sin cansancio.

desaparecidos

Foto: InfoJus Noticias/ Jorge Oscar Ogando y Stella Maris Montesano, los papás de Martín.

 

Por: InfoJus Noticias

Martín Ogando Montesano, el nieto 118, nació hace 38 años en el Pozo de Banfield, un centro clandestino regenteado por el general Ramón Camps, cuyo juicio empezará en poco tiempo. Los sobrevivientes contaron cómo su madre lo dio a luz en esa brigada de la policía de Buenos Aires. En octubre de ese año, una patota de militares y policías entró a su casa y se llevó a Stella Maris Montesano, embarazada de ocho meses, y a Jorge Oscar Ogando, empleado bancario. Ambos militaban en el PRT-ERP. Victoria Ogando, la hija de tres años, fue rescatada por una vecina la noche del secuestro. Quedó al cuidado de la abuela paterna, Delia Giovanola de Califano, que la crio. Delia fue una de las primeras Madres en marchar en la plaza. Fue después una de las fundadoras de Abuelas. Después del parto Stella Maris fue trasladada al Pozo de Quilmes. Los dos siguen desaparecidos.

Delia y el resto de la familia se enteró por un sobreviviente que había compartido el cautiverio con Stella, que ella les enviaba el mensaje de que se encontraba a punto de dar a luz y que si su hijo era varón lo llamaría Martín. Según el testimonio de Alicia Carminati, una sobrevivienrte, se supo que Stella estuvo detenida junto a su esposo Jorge en el Pozo de Banfield. Estuvieron en un pasillo de ese centro clandestino hasta que Stella fue trasladada a la celda donde estaba Alicia. Fue el 5 de diciembre de 1976, tres semanas después del traslado a esa celda, cuando Stella comenzó con el trabajo de parto. Después de que sus compañeros pidieron asistencia, fue trasladada a otro lugar del centro clandestino, no saben cuál, junto con la estudiante de Medicina Graciela Gladys Pujol, que también estaba detenida ilegalmente en Banfield.
El 15 de diciembre, Stella volvió a la celda que compartía con Alicia. Le describió el lugar precario donde había nacido Martín: apenas contaba con una cama y un colchón. No recordaba que hubiera habido médicos, pero sí que la había asistido su compañera de cautiverio, Graciela Pujol. Stella dio a luz a su hijo con los ojos vendados. Un militar lo arrancó inmediatamente de sus brazos para siempre. La madre de Martín conservó el cordón umbilical de su bebé, que sirvió como un recuerdo que pudo compartir con Jorge: se lo hizo llegar de mano en mano como prueba de su nacimiento.

Ahora, además de empezar a recorrer el largo camino para procesar su historia, Martín deberá enfrentar otra verdad pesada: en agosto de 2011, después de buscarlo sin respiro durante toda su vida, su hermana Virginia se suicidó en la ciudad de Mar del Plata. Tenía 38 años, la edad que ahora tiene su hermano. En la carta de despedida que dejó dijo que esperaba reunirse con sus padres.

«Ni el afecto de su abuela y demás familiares, compañeros y amigos, ni la asistencia psicológica, pudieron en su caso contra las huellas imborrables de aquel descenso a los infiernos del terrorismo de Estado», lamentaron durante esos días de tristeza desde la Secretaría de Derechos Humanos: “Su muerte es también un crimen imputable a los genocidas”. Victoria dejó dos hijos.

Vicky —como la llamaban todos—, se había unido a la búsqueda institucional de Abuelas desde los primeros años. Había militado en HIJOS y en Abuelas, y su abuela Delia fue durante largos años una de las referencias indispensables de Abuelas en La Plata. Regularmente, Vicky llegaba a la filial platense de la institución, en un sexto piso, para preguntar por las novedades o contar las pistas que llegaban hasta ella y luego se esfumaban sobre el destino de Martín. Se desvivía por encontrarlo: en sus últimos años, organizó una campaña de difusión en el Banco de la Provincia de Buenos Aires, donde había trabajado su viejo. Logró que los salones frescos del edificio central, en pleno centro de la capital de la provincia, estuvieran sus fotos y la vida mutilada de sus padres; la búsqueda, o las búsquedas: la de Abuelas —que siempre acompañó— y la suya propia, asfixiante, incondicional, que trascendió a la otra. Hizo un blog y un perfil de Facebook para potenciar la búsqueda.

Virginia Ogando.

“Duele su ausencia, pero el dolor cede cuando miro a la abuela a los ojos y, al hacerlo, me envuelve su ternura y veo en sus pupilas sus sonrisas y en ellas me veo y, por ese milagro del amor, te presiento y te siento. Sé que estamos tan cerca que pronto, en esos mismos ojos, los veremos juntos y compartiremos esa ternura que tornará en felicidad”, escribió en mayo de 2010. Llegó a participar del programa “Gente que busca gente”, de Franco Bagnato, y contó su historia en el documental “Hermanos de sangre, la búsqueda continúa”, producido por área audiovisual de la Universidad Nacional de La Plata.

“Lo único que falta para que este contacto virtual se haga real, es que coincidamos en tiempo y espacio frente al monitor y que, entonces, aquel sentimiento de duda se haga realidad y el camino del encuentro se inicie”, había escrito Virginia. “Pronto –agregó– nos vamos a reunir en un abrazo cada vez más impostergable”. Una cita de Eduardo Galeano, en el blog, ayudaba a comprender la intensidad del deseo: “Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan. Ese lugar es mañana”.

“Mi hermano fue una persona concebida con amor, querida por la familia, y que la realidad le hizo vivir otra historia. La consecuencia de la dictadura hizo que Martín no tuviera una crianza como la mía, y poder compartirla”, dijo ante las cámaras, al borde del llanto.

LB/RA


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