Despertador Online

El diario del Oasis Norte de Mendoza

La región hace escuela

21 de julio de 2021

«Acá vamos a quedar todos los viejos, porque no hay trabajo para los jóvenes»

  •   Por Juan Burba
           

Mariela Morales tiene 41 años, es lagunera huarpe y vive en el paraje San Antonio, en Lagunas del Rosario. “Soy ama de casa, tengo 7 hijos, soy puestera y artesana” se define a sí misma. Esta nota pretende, en la persona de Mariela, rescatar la lucha y el trabajo de las familias puesteras de nuestro secano, sobre todo de las mujeres, y visibilizar algunas situaciones que se viven por aquellos pagos y que, quizás, muchos lavallinos y lavallinas no estemos sabiendo.

Mariela Morales tiene 41 años, es lagunera huarpe y vive en el paraje San Antonio, en Lagunas del Rosario. “Soy ama de casa, tengo 7 hijos, soy puestera y artesana” se define a sí misma. Esta nota pretende, en la persona de Mariela, rescatar la lucha y el trabajo de las familias puesteras de nuestro secano, sobre todo de las mujeres, y visibilizar algunas situaciones que se viven por aquellos pagos y que, quizás, muchos lavallinos y lavallinas no estemos sabiendo.

Un día en la vida

“Temprano mando los niños a la escuela, y cuando los niños se van desayuno tranquila” nos cuenta la Mariela mamá, “después me voy a atender los animales como hasta las 11 de la mañana, ahí recién vuelvo a mi casa”.

¿De qué se trata de esto de atender a los animales?, Mariela puestera contesta: “Hay que darle de mamar a los chivatitos, ver que todos mamen y encerrarlos, ahí largar las cabras para que se vayan a pastar”. Pero la cosa no termina ahí: “ahí les doy comida a los chivatos más grandecitos que se quedan en el corral”. Y se sigue a la tarde, ya veremos…

Llega el mediodía y entra a la cancha la Mariela ama de casa: “preparo la comida y hago todo lo que hay que hacer en la casa, que son muchas cosas”. Cocina, limpieza, orden, ropa de la familia, y la lista se puede volver interminable.

Alrededor de las 3 de la tarde aparece la Mariela artesana: “hago las tareas de la casa como hasta las 2 ó 3 de la tarde y me pongo a trabajar en las artesanías”. En la zona hay muchas artesanas y artesanos: en lana hilada, en fieltro, en cuero, talabartería y una vieja tradición lagunera, traída desde la más profunda historia huarpe: “hago cestería de junquillo, que es lo que sé”.

Reaparece a esta altura del día la Mariela puestera: “hago artesanías hasta las 5 ó 6 de la tarde que es cuando aparecen las cabras, que van y vuelven solitas, son puntuales, muy bien mandadas y obedientes” se ríe. En ese momento “les entrego los chivatos a sus madres”. El ojo clínico de cada puestera está en reconocer a qué cabra pertenece cada chivo y “entregar” el hijo o hija para que mame. Luego de la tarea del corral va llegando el final del día, esquema que se repetirá al día siguiente, y al otro, porque “la cría de animales no tiene fin de semana ni feriados”.

Las luchas cotidianas

“Mi lucha de todos los días es que mis hijos estudien” nos dice la lagunera, pero aclara “que estudien y vuelvan al campo, que no se vayan” aunque reconoce que “eso es lo difícil”. Le consultamos en qué radica esa dificultad, y nos responde con énfasis: “acá vamos a quedar todos los viejos, porque no hay trabajo para los jóvenes, por más que estudien se tienen que ir, porque no hay campo para criar las cabras, hoy con la sequía ya no se puede criar animales acá, no alcanza con el puesto, antes, cuando venía el agua, nosotros vivíamos de las cabras y del junquillo, pero hoy ya casi no hay”. Cuenta que “hace poco he retomado las artesanías y me está yendo bien”, como una alternativa a los ingresos económicos que se perdieron con la merma de la majada y el junquillo.

La zona, que antiguamente recibía el agua del río Mendoza, y que llenaba las lagunas, se ha ido secando. Los gobiernos no respetan la Convención Internacional “Ramsar” que dispone que los humedales deben recibir un caudal mínimo de agua para conservar ese ecosistema, y además de perjudicar la flora, la fauna y el ambiente, también perjudica la actividad productiva y sustentable de las familias originarias.

El agua para que tomen los animales y el agua potable para el consumo de la familia también escasea. Si bien llega el mentado “Acueducto del Secano” lo hace con una irregularidad que, si no se buscan otras estrategias, no alcanza. En ese sentido Mariela y su familia, gracias a estar organizados en el marco de una organización social, la UST Campesina y Territorial, han logrado, de forma comunitarias construir un pozo calzado (para el agua de los animales) y una cisterna de placas (para el agua potable), ambas tecnologías que permiten una reserva de agua que, si bien no es suficiente, alivian lo más urgente para el funcionamiento del puesto y la casa.

En otros tiempos la familia vivía de cortar junquillo, una planta que se utiliza para la fabricación de escobas. El “junquillero” pasaba buscando los fardos que se realizaban al cortar la planta. La planta se corta de tal manera que siempre siga dando, pero es necesaria el agua, por poca que sea, para que la planta rebrote, y eso es lo que dejó de ocurrir con la sequía.

Rufino, el compañero de vida de Mariela, sigue dedicándose a la actividad, pero para eso tiene que alejarse de la familia por largos períodos, “en otros lados ha quedado junquillo, en San Miguel o El Encón (San Juan), y el Rufino cuando no tiene trabajo se va a trabajar al junquillo para aquellos lados, estos últimos tiempos se ha ido a El Cerrillo, en San Juan, él siempre ha trabajado en eso y le rinde, no es como trabajar al día” aclara Mariela, y explica: “gracias a Dios a mis hijos nunca les ha faltado la comida, porque mi marido si no tiene trabajo acá se va a trabajar a las fincas a Media Agua (San Juan)”.

Pero hay un período especial, durante la cosecha de la uva, en que toda la familia se tiene que ir del puesto: “en tiempos de cosecha de la uva nos vamos toda la familia a cosechar y con eso compramos la harina, el aceite y el azúcar, que es lo más esencial y lo más caro para el año”. En esos tiempos, algún integrante de la familia queda en el puesto, o “va y vuelve” para atender la majada, con la ayuda de algún vecino o vecina.

Hay un momento del año donde toda la familia está en el puesto: “para la parición, en mayo y junio, el Rufino se queda y siempre me ayuda”. Las cabras preñadas durante el verano, y (relativamente) bien comidas con las pasturas estivales, paren sus chivatos en esa época.

La familia tiene una fuente más de ingresos que tiene que ver con las ayudas sociales del estado, pero Mariela es clara con esto: “los planes son una ayuda, no es para vivir, muchos dicen: ‘a los vagos les pagan la asignación’, pero no sé quién vive de la asignación, no se puede, es sólo una ayuda”.

Sobre su familia insistió: “yo quisiera que se fueran a estudiar y volvieran, si no, hay que depender siempre de un plan social, quiero que estudien y que tengan una vida mejor que la que yo les di, pero en el campo”. Con respecto a la disposición de sus hijos para el trabajo productivo en el puesto Mariela nos dijo entre risas “son amargos para las artesanías”, pero manifestó que, los que todavía viven con ella, colaboran en las otras tareas productivas.

Mariela orgullosa cuenta que sus hijos más grandes han podido estudiar, pero teme que no puedan o no quieran volver: “tengo uno que está en la facultad, y ahora qué está en tercer año se quiere ir a terminan a otro lado”. Uno de ellos está en la secundaria: “el otro me dice que cuando termine la secundaria va a hacer el curso para ser policía”.

“Yo quiero que no se vayan porque en otro lado no es la vida de acá, no es lo mismo , salís y no sabés si volvés, acá la vida es muy tranquila, yo salgo y dejo la puerta abierta, nunca le echo llave, las cosas quedan afuera y volvés y está todo donde mismo, nadie se toca las cosas que no son de él, bueno, alguno capaz que cuando largas las cabras… (risas)”.


  • Comentarios

    Relacionadas