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El diario del Oasis Norte de Mendoza

La región hace escuela

4 de noviembre de 2021

La educación como práctica de la libertad

  •   Por El Despertador
           

Por Rosi Muñoz (educadora)

Cuando el COVID-19 se expandió por el mundo se construyó cierta ilusión de que, frente al virus, éramos todes iguales. Sin embargo, aprendimos que la distribución, impactos y consecuencias del virus son tan desiguales como la distribución de bienes materiales y simbólicos en nuestra sociedad.

Sabemos con certeza que la pandemia generó una profundización de las desigualdades y, en el ámbito educativo, nos encontramos con estudiantes «desconectados» de las escuelas y los aprendizajes porque no cuentan con los recursos para hacerlo, no tienen conectividad, dispositivos tecnológicos, ni apoyo familiar. Pero también hay estudiantes «desconectades» de esta nueva modalidad educativa, estudiantes que encontraban en la escuela, en el espacio y tiempo escolar, la posibilidad de construir lazos, vínculos con otres y con los aprendizajes escolares; que se sentían parte de un colectivo y ante la virtualidad, experimentaron una ruptura de ese lazo.

De un día para el otro, la «continuidad pedagógica» se convirtió en un imperativo del que todos los actores educativos nos hicimos cargo y que situacionalmente la tuvimos que mantener. El punto de partida fue desigual por diferentes razones. Una de ellas, tiene que ver con la tan conocida problemática de la infraestructura tecnológica y la imposibilidad de acceso a los diferentes medios digitales para las clases y/o los encuentros con estudiantes. Cada institución, según los recursos y realidades tomaron decisiones, con apertura y resistencias para mantener el vínculo lo que generó cierta fragmentación y una diversidad de situaciones impredecibles.

Vimos así cómo la mudanza de la educación a un mundo virtual desarticuló la composición escolar entre los tiempos de producción y de recreación. Pero además se desarmó aquel intento de la escuela por la igualdad, cuando a través de las pantallas indiscretas, pudimos ver mucho más de lo que antes veíamos-sabíamos de nuestros estudiantes. Lo privado se volvió público repentinamente y pasó también a ser objeto de consideración si pensamos que esos mundos privados a los que tuvimos acceso, también condicionan los aprendizajes.

Pero no se trata solamente de la desigualdad que se ve, esa que se muestra a través de la cámara que recorre los espacios más íntimos de las casas, sino también de aquella desigualdad que se intuye a partir de lo que no se ve. Los silencios, las ausencias de los estudiantes, los retrasos para acceder a los materiales de trabajo, son algunos de los indicadores de la desigualdad material que no alcanzan a mostrarse en las pantallas.

Asistimos atónitos a un nuevo y difícil escenario educativo. Habrá que replantearse muchas cuestiones respecto a la forma en que hemos estado educando. Lo que SÍ corraboramos es que el lugar del docente esté donde esté, dentro de las cuatro paredes de un aula o en la pantalla de algún dispositivo, resulta insustituible.

Nos preguntamos ¿Es posible atender los procesos grupales e individuales en las clases virtuales por Zoom, por Google Meet? ¿Cómo se reemplaza esa acción de sentarse en el banco, junto al estudiante, para escucharle? La comunicación por correo electrónico o WhatsApp eran valoradas como complemento de los encuentros presenciales, pero ¿qué pasa cuando estos son los únicos canales de comunicación con les docentes? ¿Qué siente el estudiante cuando el único contacto que tiene con la escuela es a través de un cuadernillo construido de forma homogénea, que no atiende singularidades? ¿Cómo aprenden les estudiantes si solo reciben un conjunto de tareas que deben realizar y presentar para «ponerse al día»? ¿Cómo reconocemos, sin ver los rostros, sus señas, sus cuerpos, a aquel estudiante que no está conectado o se desconectó de la propuesta?

¿Cómo sabemos si el otro está ahí si no se encienden cámaras ni micrófonos?

El colectivo docente dio respuesta inmediata a la contingencia, trabajando mucho más tiempo, ajustando planificaciones, redefiniendo contenidos prioritarios, estrategias de comunicación y estrategias de de enseñanza a entornos virtuales que hasta entonces, para muches, eran desconocidos.

Respondida la urgencia, resulta necesario detenernos a revisar nuestras propuestas en clave de «derecho a la educación», buscando garantizar que todes puedan construir aprendizajes y para que en este llamado «retorno a la presencialidad» no quede nadie desconectade de la escuela.

Los interrogantes, y las voces que recuperaremos de les estudiantes, son una invitación a detenernos a pensar y a repensar el modo en que estamos construyendo nuestras propuestas de enseñanza y de aprendizaje y qué nuevas estructuras de apoyo podemos/debemos construir para que los aprendizajes ocurran y se atienda el derecho a la educación.

Debemos revisar la escuela y sus rutinas, muchas de las cuales no se sustentan en dimensiones pedagógicas sino sólo en costumbres y tradiciones. Es imprescindible que les educadores nos formemos en el uso de tecnologías y también que elaboremos propuestas curriculares más flexibles, creativas y apropiadas, para poder enseñar y aprender en contextos sociales de alta complejidad.

Hay un desafío para las instituciones educativas: hacer un corrimiento pedagógico y cultural desde la idea de alfabetización centrada en la lectoescritura hacia la necesidad de alfabetizar en múltiples lenguajes, formas y medios expresivos. Todos los niveles del sistema deben pensar, no sólo para dar lugar a nuevas formas de leer y de escribir sino también, y sobre todo, crear espacios reales de discusión crítica y reflexiva sobre estos nuevos modos de aprender.

El mundo no puede ser leído como si nada hubiese ocurrido. Esta experiencia humana de ausencia de los cuerpos en los espacios comunes, exige a las instituciones educativas pensar este tiempo suspendido en términos de «experiencias», no para algunos sino para todes. Ese «todes» tiene que hacer lugar a la diversidad de recorridos y de experiencias, y en eso las nuevas tecnologías pueden ayudar mucho, pero también tienen que tener como horizonte que esas experiencias diversas se enriquezcan con otras, se dejen interrogar por perspectivas diferentes, y se combinen con lo que la humanidad acumuló en saberes, en lenguajes y en relaciones.

Sería maravilloso que la educación que heredamos de esta pandemia, emerja renovada y no retorne a su antiguo cauce. Que tribute culto a la libertad, la libertad de aprender y la libertad de enseñar. A la construcción de buenos vínculos en la comunidad educativa, vínculos democráticos, pacíficos, justos, saludables y productivos. Que haga un culto a la enorme responsabilidad social que le cabe a cada quién en este tramo histórico. Que configure una oportunidad para proponer y erigir laboriosamente otra educación; en el contexto de una convicción mayor que entiende que otro mundo es posible, imperioso y urgente. Si esto sucede en algún grado, el malestar que vivimos en estos tiempos revueltos no habrá sido en vano.

Mendoza, 2 de noviembre 2021.


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