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29 de agosto de 2024

Lavalle: El sueño de Valentín en el alma de la escuela

  •   Por Jorge Abalo
           

(Valentín Yapura, en el medio, rodeado de sus compañeros)

Me subo al colectivo y la profe Claudia orgullosamente me dice «estamos en los cuartos», mientras mira en el celular el partido de la selección Argentina de vóley U17 que en Bulgaria disputa una de las llaves para llegar a semis. En la selección nacional  juega el Valentín, traído de los confines del barrio Jarilleros en Jocolí Viejo y es el hijo de la profe.

Me pasa el link, lo pego y comienzo a mirar el partido, mientras viajo hacia la escuelita donde trabajo. Sin embargo, en la esquina del hospital Sícoli, se sube uno de los pibes que es mi alumno y me dice «está jugando el hijo de la profe de física», «sí, le digo», y me pregunta si no lo estoy mirando. Vuelvo a asentir con la cabeza, mientras él se acerca y comienza a mirar por la pantallita de mi celular. Seguimos viendo el partido mientras el colectivo avanza por un camino de tierra. Nada importa, porque el Valentín acaba de levantar una pelota que sirve para un hermoso remate de un compañero. Gritamos un gol bien futbolero, y así el micro va levantando niños, tierra, vuelo y sueños, que se acercan a la pantallita para ver «algo» de lo que sucede. A la mitad del camino, los datos del celular ya no sirven porque no hay señal, y el partido se queda tildado en un empate en 18.

El partido frente a Egipto pintaba “accesible”, según yo, un inexperto total, pero la disputa se vuelve dura.

Desesperados llegamos a la escuela antes de que toque el timbre y allí todos los niños de séptimo esperan preguntar cómo va el partido. Muestro el celular, e inmediatamente el resto de los niños de séptimo se acercan para seguir la transmisión. A pesar de que vivo despotricando contra el aparatito, hoy se hace más necesario que nunca. Argentina gana el primer set y todos en la escuela festejan.

Hay una tensa calma.

El partido se reanuda y uno de los purretes, como decía un maestro amigo, pregunta «¿qué hora es en Bulgaria profe?». Le contesto con un creo que, aunque le pifio por un par de horas. El partido continúa, pero ya es hora de entrar, dar clases y recibir clases. Los pibes pícaros, se dan maña para salir a cada rato para ir a tomar agua o al baño. Pero en realidad salen para ver cómo sigue el partido. En algún rincón de la escuela hay alguien viéndolo. Todos sufren, todos palpitan con un entusiasmo inusitado.

Es como si todos sintiéramos que estamos haciendo algo distinto. Nos damos cuenta que estamos haciendo historia. Alentando, pero haciendo historia.

Siento que todos estamos nerviosos como cuando juega la selección de Messi, pero ahora hay algo más, porque ahí está en primera plana, el Valentín. El niño ese que se pasaba el día en el poli de Lavalle con la pelotita, el que no la dejaba ni a sol ni a sombra. El que remataba como un adulto a los 7 años.

Y el Valentín ahora, no es de Miami, ni de París, ni de Barcelona. Es nuestro, bien nuestro. Lejos estoy de querer hacer algún tipo de comparación deportiva. La comparación es con la felicidad que siento y noto que sienten los niños.

La pelota se eleva nuevamente y en el último remate está el final que todos esperamos. La pantalla muestra como los argentinos se abrazan, mientras que los pibes egipcios se tiran al suelo con el llanto a cuestas. Siempre hay revancha me gustaría decirles.

Los niños y las niñas de mi escuela celebran y el saludo ahora es “Vamos Argentina”, mientras pensamos en que mañana jugamos contra España, la semifinal. Pero eso no importa, porque la felicidad que sentimos hoy es inigualable.

Salimos al recreo, ponemos la red y jugamos al vóley, es lo único que ahora les sale hacer a los niños y las niñas de séptimo.

Hoy es 29 de agosto. El día es frío y casi lluvioso, oscuro diría. Sin embargo, todo en estas horas, se ha tornado más soleado en nuestro interior. Más luminoso, más diáfano.

No sé por qué será, tal vez, quizá, porque el sueño de un pibe, que sigue siendo pibe, de un sencillo barrio de Lavalle, pueda hacer soñar a otros pibes; con países lejanos, con deportes distantes, con nombres aún desconocidos. Soñar, porque no, de que algún día, cualquier niño o niña de algún barrio sencillo de Lavalle pueda calzarse la celeste y blanca.

Tan sencillo como eso. Tan sencillo, como el Valentín.


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