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5 de noviembre de 2024

Democracia siempre, ¿soberanía cuándo?

  •   Por Carlos Almenara
           

El 30 de octubre se cumplieron 41 años desde que las elecciones que ungieron a Raúl Alfonsín con 52% de los sufragios empezaran a poner fin a la dictadura cívico militar. Desde entonces concurrimos regularmente a votar.

Se ha hablado mucho de las promesas incumplidas de la democracia. Es que votar no es automáticamente sinónimo de democracia. No existe un único modelo, hay múltiples concepciones de democracia, todas ellas requieren que el pueblo participe y decida. Quizás es ése el problema que han tenido estos 41 años, escasez de participación, insuficiencia de decisión popular.

La etapa posdictatorial cargó con el lastre de la transformación estructural de la dictadura, que no tocó, dejó incólume, y fue la democracia la que pagó las consecuencias. Desde jueces a funcionarios tuvieron continuidad del régimen ilegítimo al legítimo; y algo mucho más decisivo, las corporaciones económicas que se enriquecieron con la dictadura luego condicionaron la democracia. El caso más flagrante es el grupo Clarín, que se quedó con Papel Prensa, la única fábrica de papel para diarios del país en 1977, mientras sus titulares eran torturados para firmar el traspaso de las acciones. A partir de ese monopolio construyeron el multimedios (y multinegocios) actual. En el ’83 la democracia volvió y en el ’89, en medio de la hiperinflación, Héctor Magnetto, director del grupo Clarín más poderoso aún que en el ‘76, le decía a un Alfonsín desesperado –“Usted ya es un estorbo”.

La democracia no alteró las transformaciones estructurales que se iniciaron durante la dictadura y, entonces, tuvo que menoscabarse ella misma.
¿Podemos imaginar un país con pleno empleo? ¿Con producción industrial pujante? ¿Con la gente trabajando en blanco? ¿Casi sin pobreza? ¿Con construcción de escuelas, maestros y chicos en clases? ¿Con hospitales y médicos al alcance de cada vez más gente?

Esa fue Argentina hasta la dictadura que arrancó en 1976. Según indican algunos historiadores, con mayor precisión, hasta el “Rodrigazo” del 4 de junio de 1975. La transformación que trajo la aplicación del modelo neoliberal fue trágica para la Argentina. Nunca pudimos retornar a la bonanza previa, pasamos a ser un país desmembrado, con una industria sobreviviendo a estertores, primarizado, hambreado y saqueado. Los gobiernos preocupados por el pueblo que tuvimos desde entonces no pudieron revertir el patrón de decadencia.

La degradación de la economía viene acompañada por una inédita degradación de la política que tiene su clímax en la instauración en la Casa Rosada de una caricatura espantosa, un ser de una miserabilidad que describir genera incredulidad. Un escracho capaz de proponer la venta de niños y órganos. Semejante espanto sólo es posible por la degeneración del poder permanente de la Argentina, una clase oligarca predatoria que carece de proyecto nacional, nos quiere colonizados. Y encontró un pervertido que grita a los cuatro vientos su alineamiento con Israel y Estados Unidos.
En el mundo Milei, el mundo del revés, en que “libertad” es esclavitud del pueblo, Alfonsín, un reconocido propulsor de la democracia, es golpista. No alcanzan los desagravios. El Foro por una Nueva Democracia, dirigentes de la UCR lo han refutado. El gobernador Cornejo impostó un mínimo desacuerdo que inmediatamente matizó con “la discusión sobre el pasado creo que le aburre a buena parte de los argentinos”. Es que tiene que seguir votándole cosas. ¿Se puede tener tan escasa dignidad? Sí, se puede, ¿verdad Cornejo?

El servilismo de Cornejo para con Milei no es una humillación que queda en su esfera privada, es un problema de orden público. Los recursos para Mendoza, como para todas las provincias salvo Capital Federal, han sufrido un recorte sin antecedentes.

Este presente ominoso, la gente rota y hambrienta que vemos en la calle, lo que nos dicen nuestros ojos y no muestra la televisión, no es producto de la democracia sino de su insuficiencia y su contrario. Es carencia de soberanía, ese poder decisorio del pueblo. Esa capacidad de mandarnos nosotros mismos. Eso que nos quitaron entre jueces, empresarios y medios de comunicación concentrados. Y que algún día, fieles al mandato revolucionario de Mayo de 1810, hemos de recuperar.


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