¿Cuál es el modelo de princesas que erigen desde ámbitos de la industria del espectáculo, a nivel global, que generan cánones de belleza determinados, afines… A continuación, una mirada desde ese luga, en un artículo aparecido en UPSOCL, escrito por Bárbara Samaniego.
Ayer dimos una bienvenida entusiasta a la primera princesa latina de Disney, y hoy se cuestionan duramente sus raíces…
Yo no pensé en las connotaciones sociales de esta novedad hasta que llegué a mi casa y repasé mentalmente los artículos del día. Pensé en la princesa Elena y me pregunté: ¿cómo será recibida esta chica de tez morena y ojos profundos, que usa un extravagante vestido rojo y flores de colores en su pelo azabache? Como latina que soy, ¿podría sentirme identificada con esta chica?
Sí y no. Si porque también yo soy morena, y en ese sentido me reconozco más en Elena que en Rapunzel. Y no porque lamentablemente no tengo esos envidiables ojos almendrados, ni saldría vestida con ese atuendo a ninguna parte. Y es que claro, yo no soy una princesa. Soy periodista, soy chilena, soy latina, pero claro, no una princesa de Disney. Creo que el problema comienza ahí: las princesas de Disney no son como nosotras, y no deberíamos esperar una representación exacta. Me parece estupendo que una chica quiera ser como Blancanieves, y cuide su cutis y quiera a los animales, pero realmente, nadie iría por ahí vistiendo ese vestido extraño con mangas ni comiendo manzanas envenenadas. Y entonces claro, sin considerar la vestimenta y los accesorios de la guapa Elena, sí, yo sí que me identifico con ella.
Pero, qué pasa con una latina de tez clara? Mi compañera de cuarto tiene un hermoso cabello castaño claro que le llega hasta la cintura. Tiene alergia al sol, así es que, por lo general, nunca está bronceada. Pensándolo bien, mi compañera no se parece en nada a Elena, y es tan latina como yo. El segundo problema está, entonces, en que los latinos somos muy variados. ¿Qué implica ser realmente latina? ¿Cuáles son los rasgos que nos identifican? Creo que esta respuesta es complicada:
Latinoamérica es una región del continente americano que se define como el conjunto de países donde tres lenguas romances -español, portugués y francés- son lenguas mayoritarias. Generalmente, esta definición incluye dieciocho naciones hispanoamericanas independientes (¡18!), la parte francófona de Canadá, Brasil, Haití, Puerto Rico y las posesiones francesas de ultramar en la cuenca del Caribe y en el Atlántico septentrional. El idioma largamente mayoritario es el español, seguido por el portugués y por el francés en tercera y lejana proporción. Por su amplitud, América Latina presenta una gran diversidad geográfica y biológica. Y esa es la clave de todo esto. Cuando decimos que cierta persona es “latina”, en realidad podemos estar diciendo muchas cosas. Solemos relacionarlo con cierto color de piel y con ciertos rasgos asociados a nuestro pasado precolombino. Y es que claro! Cuando Cristóbal Colón llegó con su barquito a las costas de nuestro querido continente, se encontró con variados pueblos indígenas originarios, de gran riqueza cultural, e incluso, grandes civilizaciones, tan avanzadas que hacían pensar a unos pocos españoles que en realidad nadie necesitaba su ayuda ahí. España fue la potencia que mayor presencia colonial impuso en América. Y ahí comienza la historia que nos repiten una y otra vez mientras estamos en el colegio.
En definitiva, América Latina es una de las zonas del planeta con mayor diversidad étnica y ofrece una amalgama de pueblos cuya presencia y porcentaje varía dependiendo de los movimientos migratorios recibidos a lo largo de su historia. ¿Puede una muñeca diseñada para películas infantiles reflejar y soportar todo ese bagaje cultural? Claramente no. No podemos exigir una princesa Disney con características indígenas, criollas y afrodescendientes a la vez. Es que simplemente no se puede.
Las críticas en torno al tema no son nuevas. Disney ha sido culpado de discriminación e incluso de racismo, por los estereotipos de belleza que intenta establecer a través de sus princesas. Ha intentado asimilar esos consejos, por ejemplo, creando la primera princesa afroamericana, Tiana. Y con Elena esperaba acercarse un poco. Está claro que no lo consiguió del todo, pero creo que no podemos olvidar que son princesas. De cuentos de hadas. De lugares increíbles que no existen, y que no podemos esperar que existan. Así que sí, la princesa Elena podría haber tenido rasgos más característicos de América del Sur, pero eso también habría dejado fuera a varias chicas. Y es que no se puede contentar a todos.
La vicepresidente de Disney Junior, Nancy Kater, rompió el silencio diciendo que ninguno de sus personajes estaba diseñado para representar culturas de la vida real. Lo cual es un poco extraño, si pensamos en Pocahontas y su inconfundible estilo “indígena-americano”. Pero lo cierto es que ni Blancanieves, ni la Sirenita, ni Cenicienta ni Aurora corresponden con precisión a un grupo étnico específico, aunque su blanca tez nos hable de un origen caucásico. Y así volvemos al asunto ese de la variedad… Creo que la solución para todo este complicado rollo es dejar de hablar de princesas latinas, afroamericanas y orientales, y comenzar a hablar de personajes animados, inspirados por múltiples culturas. Tranquilos, se que suena aburrido, pero es lo políticamente correcto, no? Sea o no sea realmente latina, la princesa Elena es la figura que más cerca ha estado de representar a la comunidad latinoamericana.
Y más allá de su color de piel, su vestimenta y su apariencia global, podemos estar orgullosos de que sea, según la describen sus creadores, una de las princesas más inteligentes y audaces de la cantera Disney. ¡Hurra por Latinoamérica!
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