Por JUAN MANUEL CINCUNEGUI 18 de noviembre de 2016
Cambiemos está transformando nuestro “mundo”, nuestro horizonte de sentido, llevándonos a su terreno: el de la mercantilización absoluta de todas las esferas de la vida, sellando un contrato tácito con la sociedad que resultará difícil romper a corto plazo. El verdadero logro del Macrismo no consistirá entonces en su victoria electoral, ni siquiera en la habilidad que tenga a la hora de implementar su programa de ajuste. El verdadero triunfo del macrismo ocurrirá cuando acabe de conquistar nuestros imaginarios sociales fundamentales.
Tal vez ha llegado el momento, después de 11 meses de gobierno de Cambiemos, de dejar de lloriquear por nuestra suerte y comenzar a darle forma a una ofensiva. Obviamente, muchas cosas están peor, otras están muchísimo peor, y otras están horrorosamente mal. Sin embargo, como ocurre siempre, podemos alegrarnos de un puñado de cosas que, contrariamente a lo que pudiera creerse, son verdaderamente importantes como punto de arranque de un programa político radical.
A lo primero que quisiera referirme es al hecho, bastante incontrovertible, por cierto, que el triunfo de la coalición Cambiemos ha sido el detonante de una tensión de larga data dentro del planeta kirchnerista. Especialmente, a partir del momento en el cual Cristina Fernández se hizo cargo de su conducción.
La tensión se daba entonces entre dos líneas diferenciadas que hoy son fácilmente identificables en el Congreso. Por un lado, quienes acompañaron el proceso de recuperación de la Argentina que condujo Néstor Kirchner, pero consideraban necesario un giro a partir del 2011 que regresara al kirchnerista a los titubeos del peronismo más conservador.
Y, por otro lado, quienes apostaban por una radicalización de las políticas redistributivas, e incluso coqueteaban (aunque más no fuera “imaginariamente”) con una transformación más profunda de las estructuras económicas de la Argentina, con el fin de confluir en un proyecto de izquierdas latinoamericano que pudiera convertirse en una alternativa real frente al capitalismo neoliberal.
Esta tensión en el interior del movimiento era evidente hace 5 años, y el triunfo de la coalición Cambiemos fue, en su mayor parte, el efecto no deseado de esa tensión subyacente que, a pocas horas del triunfo apretado en las urnas, escenificó un grotesco efecto “panqueque” pocas veces visto en la historia argentina. En vista de esto, uno debería preguntarse qué alternativas tenemos.
Como señalaba hace unos días un historiador de la órbita popular, la palabra “resistencia” es totalmente inadecuada como consigna para la situación presente. Si hace unos años, en pleno enfrentamiento con el poder corporativo, y con las dificultades de trabajar con una tropa propia auto-silenciada de cara a las galerías, pero intimando de manera sospechosa detrás de bambalinas con los antagonistas, parecía un despropósito apostar al radicalismo de izquierda, hoy es imprescindible no dejarse cooptar por el más peligroso de los subterfugios de Cambiemos, el que está llevándonos a una transformación de nuestro paradigma cultural, del cual nos será muy difícil escapar si se arraiga.
Hoy es imprescindible no dejarse cooptar por el más peligroso de los subterfugios de Cambiemos, el que está llevándonos a una transformación de nuestro paradigma cultural, del cual nos será muy difícil escapar si se arraiga.
Cambiemos está transformando nuestro “mundo”, nuestro horizonte de sentido, nuestros rituales y costumbres, llevándonos a su terreno: el de la mercantilización absoluta de todas las esferas de la vida, y haciéndonos cómplices de todas sus vergüenzas, sellando un contrato tácito con la sociedad civil que resultará difícil romper a corto plazo. Frente a esto, cualquier “resistencia conservadora” acaba haciéndole el juego a Cambiemos.
Pero, ¿a qué me refiero cuando hablo de “resistencia conservadora”? Me refiero a todas las posiciones que están adoptando el PJ, el Frente Renovador, la CGT, y el conjunto de movimientos sociales que aceptan el “chantaje democrático” que desde el 10 de diciembre nos impone Cambiemos.
Ese chantaje comenzó con la dramatización de la discontinuidad simbólica de la historia democrática post-dictadura, que se produjo al insertar entre Cristina Fernández y Mauricio Macri un presidente fantasma (Pinedo) que escenificara la posibilidad de una “refundación de la patria”. Había que representar que la presidencia de Mauricio Macri no formaba parte de esa continuidad, y de ese modo (sintomáticamente) se lo asociaba a otros momentos “fundacionales” de nuestro pasados, marcados también por ser rupturas radicales.
Cambiemos llegó al poder con los votos, pero teatralizó un golpe de Estado. Necesitaba hacerlo por la enorme asimetría que se evidenciaba entre un gobierno entrante, fruto de una coalición que confluía en su oposición, que había alcanzado su propósito con un porcentaje mínimo de distancia contra un candidato secundario, y un gobierno saliente que era capaz de llenar la Plaza de Mayor, recibir la expresión de alegría y agradecimiento por parte de su militancia, después de 12 años de ajetreos, avances y retrocesos.
¿En qué consiste el “chantaje democrático”? En dividir el campo político en dos bandos. Uno de los cuales es acusado de atentar contra la democracia por su cuestionamiento ideológico al gobierno entrante, y al hacerlo excluirlo, aislarlo, estigmatizarlo, judicializarlo y reprimirlo para escarmentar y disciplinar a todo el espectro político que se sabe amenazado por el ejercicio arbitrario del poder. La oposición conservadora, por lo tanto, observa desde las gradas en ceremonioso silencio, temiendo caer en la volteada.
En la última semana hemos visto ilustrada esta estrategia de manera desnuda. Primero fue Margarita Stolbizer llamando a una proscripción de su hipotética contrincante electoral, Cristina Fernández, en las próximas elecciones legislativas; y luego advirtiendo: “Cristina no debe regresar de ningún modo en 2019”. Es imperativo convertirla en una “muerta civil”. A esto siguieron varias solicitadas que circularon en las redes sociales llamando a su proscripción de por vida.
Luego se produjo la escena en Comodoro Py. Patricia Bullrich apostó entre 300 y 500 agentes de seguridad (policías y gendarmes) alrededor del juzgado donde debía presentarse la expresidente, y franco tiradores en las terrazas, como si se tratara de un operativo para custodiar al “Chapo” Guzmán. La escena acabó con represión (algunos legisladores fueron golpeados por la policía), y la expresidenta se bajó del automóvil para interponer su cuerpo entre los militantes y los antidisturbios. El resultado fue una frase que pasará a la historia: “Péguenme a mí, cobardes”.
Sin embargo, todo esto no debería desanimarnos. Ni siquiera una hipotética detención de Cristina Fernández debería hacerlo. A juzgar por la escena anterior, Cristina Fernández ha asumido la posibilidad de su detención y está preparada para afrontarla. Incluso puede que su detención resulte significativa (aunque desde el punto de vista personal el costo sea terrible), como lo es la detención ilegal de Milagros Sala en Jujuy, que ha producido ya la primera denuncia y conminación internacional de Naciones Unidas al gobierno de Mauricio Macri a cumplir sus compromisos con los derechos humanos.
Y digo todo esto, que puede parecer descarnado, porque creo sinceramente que el principal problema que tenemos por delante es cómo dar un paso “más allá” de la resistencia. Porque en la mera resistencia aceptamos (reactivamente) el juego del otro.
Slavoj Zizek recordaba recientemente una anécdota que viene a cuento. En un momento determinado, un periodista le preguntó a Margaret Thatcher cuál había sido su mayor logro, a lo que ella contestó de inmediato: “El nuevo laborismo”. Lo que Margaret Thatcher había logrado era mucho más peligroso y duradero que ganar una elección, había logrado que sus enemigos políticos adoptaran sus políticas económicas básicas, y se atuvieran a las normas que ella había impuesto a todo el campo del lenguaje político.
El verdadero logro del Macrismo no consistirá entonces en su victoria electoral, ni siquiera en la habilidad que tenga a la hora de implementar su programa de ajuste. El verdadero triunfo del macrismo ocurrirá cuando acabe de conquistar nuestros imaginarios sociales fundamentales.
Tiene a su favor el “viento de cola” de un neoliberalismo Re-loaded a nivel global, y una ciudadanía cansada y aturdida, lo cual le ha permitido, primero, hacerse con el control del radicalismo, y que ahora está comenzando a convertir en muñecos de ventrílocuo al PJ, el Frente Renovador y a los líderes sindicales de la CGT, quienes discuten los detalles del programa, pero dejan intacto su fondo.
Lo mismo ocurre con los avances culturales que la sociedad argentina logró durante estos años, en los cuales las fuerzas de izquierda y el kirchnerismo convirtieron los derechos humanos en la columna vertebral de nuestra identidad colectiva: apostando por más democracia y más justicia social.
El paradigma de los derechos humanos retrocede en nuestro horizonte cotidiano a pasos agigantados. La retórica macrista los desprestigia, como desprestigia a las organizaciones históricas que hicieron posible su hegemonía en nuestro espacio político durante las últimas décadas. Pero lo que es aún más problemático es que no sólo nuestros antagonistas, sino incluso aquellos a quienes confiamos el liderazgo de nuestros espacios, como ocurre con el Senador Miguel Pichetto, parecen haberse mimetizado con el ideario macrista hasta el punto de expresar a través de sus bocas los más oscuros prejuicios que caracterizan a nuestros enemigos.
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