El gran salvavidas para afrontar cualquier desafío es el coraje. Es indispensable en la vida cotidiana y por supuesto en el fútbol, que es una muestra en miniatura de la vida.
En el momento de entrar en la cancha, un jugador sabe que existen riesgos inherentes al juego y que no hay fórmulas para evitarlos. Deben asumirse, incluso los mínimos. Después del golpe en el Mineirao, la selección argentina se enfrenta el martes a otro reto trascendente, y para pedir la pelota, para atacar, para comprometerse con lo que en cada momento necesite el equipo, los que salgan a la cancha tendrán que demostrar ese coraje y sobreponerse a lo que digan el público o el periodismo.
Pero también Bauza necesitará exponer su cuota, incluso antes de explicar el plan de juego y cómo ejecutarlo. La selección precisa recuperar soltura y naturalidad, porque la situación contraria tampoco ha garantizado solidez ni ha evitado los goles en contra. Entonces, el rol del entrenador será fundamental. Porque de su capacidad para invitar a los jugadores a rescatar del cofre el fútbol que traen desde chicos, a liberarse y demostrar las virtudes que los condujeron al lugar que ostentan, dependerá en buena medida la suerte que corra el equipo.
Los factores anímicos inciden de manera fundamental en el rendimiento de un deportista. Lo emocional pesa tanto o más que lo físico o lo táctico, aunque en general se minimice su influencia. Es cierto que un futbolista está acostumbrado a convivir con la mirada ajena, pero a veces la misma adquiere un carácter tan poderoso que llega a inhibir su conducta y a frenar su voluntad hasta consumirla, hundiéndolo en la apatía y la desazón.
La situación no alienta el optimismo. José Pekerman conoce perfectamente el momento que transita el fútbol argentino e intentará capitalizar el desgaste. La gran pregunta es qué puede hacerse para superar esa propuesta y mejorar el juego.
En el escaso tiempo que se dispone será imposible restaurar los múltiples defectos del equipo. Sí, en cambio, poner en marcha los mecanismos para intentar que los jugadores saquen aquello que lleva adentro cualquier futbolista del mundo, no importa dónde haya nacido. Pero que no se malentienda: no me refiero a «poner lo que hay que poner». No. Se trata más bien de una apelación a recuperar la alegría de jugar, a encarar el partido como una nueva oportunidad de hacer las cosas bien, de fortalecerse desde uno mismo.
Aclarado este aspecto, también es necesario decir que una eventual mejoría y/o un resultado favorable ante Colombia tampoco deberían cambiarnos la mirada. El equipo carece de estructura; cuando llega una adversidad no tiene certezas a las que aferrarse, deja de resolver con inteligencia, y entonces queda al desnudo.
El desafío posterior al partido del martes es, en ese sentido, mayor incluso que el propio partido. A un técnico actual no le alcanza con lo que le alcanzaba hasta hace pocos años. Hoy tiene que ser un sabio cuyos conocimientos permitan determinarle el juego a cada uno de sus pupilos. Es cierto que el futbolista de élite se ha sofisticado, pero también es verdad que cada vez más precisa que el entrenador de turno cree a su alrededor el contexto adecuado para sentirse parte del funcionamiento del equipo y explotar más y mejor sus condiciones.
Cuando en Alemania la pelota cae en los pies de Toni Kroos, este sabe que enseguida tendrá a los laterales desplegados para recibir, a Özil acercándose para tocar, a algún delantero tirando una diagonal, a un volante picando al espacio vacío y a los centrales achicando a sus espaldas por si falla el pase. Nada de esto sucede en la Argentina cuando la tiene Mascherano o baja a buscarla Messi , y lograrlo es la enorme tarea pendiente para después del martes.
Se sabe que un gol a favor o en contra a los cinco minutos puede modificar la perspectiva de un partido, pero aun así es iluso esperar que todo cambie de un día para el otro. Por eso, en estas 48 horas que restan antes de Colombia lo fundamental será desterrar todo síntoma de fatalismo y angustia, apartar los miedos y abrirle la puerta al coraje, el lubricante esencial para reactivar el engranaje y conseguir que, de alguna manera, todo vuelva a funcionar.
Fuente: lanacion.com.ar
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