Cuando era niño mi papá solía contarme historias cuando me iba a acostar. Me arropaba con la frazada y empezaba. Claro, yo era muy curioso, todas las noches le preguntaba algo distinto.
A veces, me decía a mí mismo, cómo hacía mi viejo para saber lo que le iba a preguntar esa noche. Porque siempre tenía una respuesta.
-Papá, ¿cómo se fabrican los cohetes espaciales? Y mi viejo que se sentaba al lado mío y hacía toda una explicación que a mí me llenaba de emoción, y me hacía soñar con vuelos estelares, en los cuales yo era el comandante de la nave.
Y al otro día, ¡papá!, ¿cómo se fabrica un ladrillo para construir una casa? Y allí estaba él, contándome con toda tranquilidad cómo se cocinaba la tierra a grandes temperaturas en un horno gigante, que apenas yo podía imaginar.
Recuerdo que un día parecido a éste, se me ocurrió preguntarle, papá, ¿vos sabés cómo se fabrican las botellas. Y ahí mi viejo me dijo -Jorgito, se hace con vidrio. Si papá, pero cómo se fabrica el vidrio? -Ah, con arena, me contestó, ¿cómo con arena?, si Jorgito, con arena, con distintos tipos de arena, se calienta, pero se calientan en un horno que las transforma. Y así se fabrica. ¿Y hace mucho que se fabrica el vidrio?
Y si Jorgito, desde hace muchos años que se fabrica el vidrio. Pero no tanto en la Argentina, ni en América. ¿Cómo?, claro me dijo él mientras me rascaba la espalda, como todas las noches. Cuenta la historia, que allá por el año 1816, hace muchos años, San Martín hablaba con un señor a través de una carta, y lo retaba porque no entendía como siendo patriotas, no hubieran declarado la independencia. Y este señor, le decía, -tranquilo general, que declarar la independencia no es como soplar y hacer botellas, y San Martín en una carta posterior le decía: «mire estimado, declarar la independencia hoy es mil veces más fácil que soplar y hacer botellas, puesto que en la patria no hay ningún americano que sepa hacer alguna. Recuerdo que no entendí demasiado la historia, hasta que mi viejo, me explicó lo que significaba en aquella época, contar con una fábrica.
Debo decir, que esa, como tantas otras historias, me acompañaron a lo largo de toda mi niñez. Así es como aprendí a soñar. Junto a mi viejo que me acompañaba en esos viajes, en esos hermosos viajes y sueños imaginarios.
Por eso hoy estoy lleno de sueños.
Porque mi viejo me enseñó a soñar.
Soñar utopías.
Utopías como las de San Martín.
Que no son ni más ni menos,
que sueños hechos realidad.
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