Corría el año 2015 y en Mendoza soplaban los últimos vientos de la gestión de Francisco «Paco» Pérez. En ese contexto político y económico, un grupo de jóvenes vinculados a distintas militancias sociales y territoriales empezaba a darle forma a un sueño que mezclaba identidad, trabajo y buen vino. Así nació Ramona, una pequeña bodega artesanal que desde Lavalle, Mendoza, apuesta por la economía popular como forma de vida y de resistencia.
Luis «Pochi» Tallura es uno de los integrantes de ese proyecto. Hoy, a casi diez años de aquel comienzo, reconstruye el camino recorrido con una claridad que sólo da el paso del tiempo y la experiencia. «Ramona nace en 2015, en el marco de una línea de apoyo a proyectos productivos, había un fondo destinado a maquinaria de uso compartido, a través de la Asociación El Plumerillo, conseguimos cajas cosecheras, una despalilladora, una prensa, una bombita para trasiegos… ese fue el disparador», cuenta.
El uso compartido de esas herramientas unió a pequeños grupos de productores de distintos puntos de la provincia: Lavalle, Maipú, Puente de Hierro y el Valle de Uco. Así, en medio de tachos limpios y sueños fermentando, Ramona comenzó a gestarse. Por entonces, los requisitos para elaborar vino casero eran más accesibles que hoy: bastaba con un espacio adecuado, pisos lavables y una instalación eléctrica embutida. La voluntad, la solidaridad y el compromiso hacían el resto.
Del saber técnico al hacer colectivo
Al principio, Ramona fue un experimento impulsado por «el Pochi» como le dicen los amigos, Paulo Toledo y Nicolás Sanz, estos últimos con conocimientos en enología, respectivamente. Pochi se sumó poco después, ocupándose de los vínculos con los productores locales y la compra de uva. «La experiencia en elaboración era mínima, pero había conocimiento, aprendimos haciendo», recuerda.
Los primeros vinos, vistos en retrospectiva, marcaron una base sólida. «Nico insistía mucho en la limpieza de todo el equipamiento, eso es la base de una buena elaboración», dice. Desde un principio, Ramona apostó por vinos de mínima intervención. La calidad de la uva era determinante y por eso establecieron relaciones duraderas con productores locales, en especial del Alto del Olvido y de Costa de Araujo.
Las primeras variedades que embotellaron fueron Syrah, Bonarda, Malbec y un curioso Malbec-Tannat que encontraron casi por casualidad. «Era raro conseguir Tannat en Lavalle, pero dimos con un productor en Costa que tenía, fue una linda sorpresa», recuerda el Pochi.
Un vino con militancia
Pero Ramona no es solo vino. Es también militancia y apuesta política. Pochi, Paulo y Nicolás venían de diferentes espacios: la Casita Colectiva, las Asambleas por el Agua, y otros espacios de militancia social y cultural. «Los primeros lugares donde llevamos el vino fueron los almacenes de la economía social, ya arrancamos con ese piso», cuenta. Desde entonces, se reconocen como parte activa de la economía popular, un sector que muchas veces queda al margen de las estadísticas pero que sostiene vidas y comunidades.
Con el tiempo, el proyecto fue tomando más identidad. «Al principio fue experimentar, pero después fuimos definiendo hacia dónde queríamos ir», dice. En ese camino no faltaron obstáculos. «Sorteamos los gobiernos de Macri, de Alberto y ahora el de Milei. Hubo avances y retrocesos. A veces pudimos producir bastante, otras veces hubo que retraerse».
En los mejores momentos, cuando la producción aumentaba, también surgía la necesidad de ampliar los canales de venta. Así empezaron a tejer nuevas redes: pequeñas vinerías, ferias, vendedores independientes, mercados alternativos. «Es un proceso más lento, pero más sólido también», asegura.
Y no se quedaron en Mendoza. Envían vinos de forma regular a Buenos Aires, y han logrado llegar a Entre Ríos, Córdoba, Rosario, Salta y hasta Bariloche: «salir de la provincia nos permite mejorar precios y llegar a lugares donde quizás hay más interés por este tipo de producto».
Innovar con los pies en la tierra
El tiempo también trajo cambios en la conformación del grupo. Nicolás dejó el proyecto, y se sumaron nuevas personas: Peñimel, Juan y Sofi. Así Ramona se transformó sin perder el alma.
En los últimos años decidieron dar un paso más en la calidad: incorporaron barricas de roble para maderizar parte de sus vinos: «hicimos una pequeña experiencia, salió bien, y este año compramos seis barricas más, la idea es quizás hacer menos cantidad pero con más calidad», explica el Pochi.
También diversificaron. Hace tiempo elaboran jugo de uva, ideal para llegar a públicos que no consumen alcohol. Y el año pasado se animaron a hacer un vermú, primero como prueba con un vino blanco que les había quedado, y ahora con una receta pensada desde el principio. «Las críticas fueron buenas, así que este año repetimos y pronto vamos a envasar», dice con entusiasmo.
El nombre que honra las raíces
¿Por qué Ramona? La respuesta condensa la esencia del proyecto. «Es por la comandanta Ramona, del zapatismo, queríamos homenajear a la mujer trabajadora, rural, campesina. En mi caso personal, mi madre y mi abuela fueron viñateras. Siempre las mujeres estuvieron al frente de esos trabajos en la finca. También, Ramona es un nombre criollo, que quizás parece pasado de moda, pero cuando decís ‘mi mamá se llama Ramona’, ‘mi tía se llama Ramona’, descubrís que está lleno de Ramonas en nuestra historia».
Así, entre viñas, barricas, redes solidarias y memoria colectiva,
Ramona sigue fermentando un proyecto que es más que una bebida. Es una forma de estar en el mundo, una trinchera tranquila pero firme de la economía popular.
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