Intimidaciones, extorsiones y asesinatos. La violencia de las milicias armadas, grupos parapoliciales compuestos por policías, militares o bomberos en activo o retirados, avanza desde hace años y condiciona la vida de millones de personas en las zonas que están bajo su control.
Pero, ¿quiénes son estas bandas que ya están presentes en más de la mitad del territorio carioca y que tienen infiltrados en la política local?
Su nacimiento se sitúa a finales de los años 70, en plena dictadura militar (1964-1985). Se les considera herederas de los llamados «escuadrones de la muerte», grupos de exterminio integrados por policías y otros agentes de seguridad financiados por empresarios o comerciantes para actuar de acuerdo a sus intereses.
El sociólogo José Cláudio Souza Alves, que lleva décadas estudiándolas, explica a RT que estos exagentes del Estado eran entrenados en operaciones policiales extremadamente violentas, por lo que se convirtieron en especialistas del crimen. Durante esa década llevaron a cabo multitud de asesinatos bajo la lógica del «enemigo tiene que morir».
Aunque las milicias, como se conocen en su forma actual, surgen a partir del año 2000 en las violentas y populosas barriadas de la ‘cidade maravilhosa’.
Se forman con la promesa de garantizar la seguridad de los vecinos, de protegerlos del tráfico de drogas, con la connivencia de las autoridades. Pero rápidamente pierden esas características: a algunas ya se las asocia directamente con el narcotráfico, e incluso la Policía se refiere a ellas como «narcomilicianos».
Todo un monopolio
Se fueron especializando con los años en la extorsión y en el comercio ilegal de bienes, como terrenos públicos, edificios construidos sin permiso, alimentos básicos o combustible adulterado, y de servicios básicos como gas, agua, Internet o televisión por cable.
Con una fuerte presencia en el oeste y el norte de la ciudad, sus tentáculos se extienden a las loterías clandestinas, el llamado ‘jogo de bicho’. E incluso se recurre a ellas para conseguir una plaza en un hospital público.
Se calcula que actualmente dominan un 25,5 % de los barrios de Río de Janeiro, lo que supone un total del 57,5 % del territorio de la ciudad, según un estudio publicado recientemente y que ha causado un gran impacto en Brasil, porque pone cifras a las dimensiones de este poder de sobra conocido. En las áreas que controlan viven más de dos millones de personas (de los 6,74 millones habitantes de Río).
El discurso de extrema derecha del presidente Jair Bolsonaro basado en «más violencia para combatir la violencia», y adoptado de una política impulsada en los años 70, no ha hecho más que aumentar el poder de estos grupos, según el experto.
En los últimos años, han ido ganando terreno a los narcotraficantes. En conjunto, ambos grupos están presentes en 96 de los 163 barrios de la ciudad, lo que alcanza a 3,76 millones de personas.
Unos números escalofriantes y que explican la «guerra» que libran estos grupos entre sí y contra el Estado, con miles de víctimas cada año.
Milicias y narcos tienen tanto poder que, hace meses, el destituido exministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, dijo que las autoridades deberían «dialogar» con ellos para poder combatir el coronavirus en las favelas y barrios bajo su poder.
Imponen el voto
Convertidas en una especie de mafias que controlan la vida de las personas ahí donde el estado tiene históricamente una presencia muy frágil, las milicias imponen no solo sus reglas, sino también sus candidatos en las elecciones.
Deciden quién puede y quién no hacer campaña. A los electores no les permiten opinar, y reciben visitas en sus propios domicilios donde son coaccionados mediante amenazas.
«Obligan a los electores a votar a sus candidatos. Se presentan como benefactores de la comunidad. Supuestamente hacen favores y esperan ser compensados con votos. Si no quieres votar, entonces usan la violencia que es su otra forma de coacción», explica Alves.
El próximo 15 de noviembre se celebran en Brasil las elecciones municipales y, en opinión del experto, serán «apoteósicas» para estos grupos, que lograrán expandirse todavía más en los territorios y en la política local. Se calcula que 672 colegios electorales están en las zonas controladas por las milicias y los narcotraficantes.
«Tienes que escoger a su candidato y quedarte callado, porque corres el riesgo de perder la vida solo por querer apoyar a alguien», comentó, bajo a anonimato, un vecino a un medio local.
Tras el asesinato a tiros este mes de dos candidatos a los comicios, la Policía desplegó un operativo para garantizar la seguridad en las elecciones. En una sangrienta operación, murieron 12 milicianos relacionados con Wellington da Silva Braga, alias Ecko, que comanda una de las mayores milicias de Río.
«El asunto del proceso electoral nos preocupa y obviamente tenemos que estar presentes para que la población tengan la libertad de expresar su voto. Sabemos que la milicia intenta direccionar determinados votos», explicó Rodrigo Teixeira, subsecretario de Planificación e Integración Operacional de la Policía Civil.
La ola de violencia que tuvo lugar en los comicios de 2016, cuando asesinaron a una quincena de aspirantes a concejales y alcaldes, todavía está muy presente.
Familia Bolsonaro
«En los últimos años se ha revelado mucha información sobre los vínculos de la familia Bolsonaro con los milicianos, principalmente a través de Flávio Bolsonaro [primogénito del presidente Jair Bolsonaro] con Adriano Magalhães da Nóbrega», afirma el sociólogo.
Operación de miembros de la Unidad Especial de la Policía Militar de Río de Janeiro (Choque). 16 de julio de 2018.
Mauro Pimentel / AFP
Una operación policial terminó en febrero con la vida de Nóbrega, un excapitán del Batallón de Operaciones Especiales (Bope), la tropa de élite de la Policía Militar de Río de Janeiro, y convertido en líder miliciano.
Nóbrega estaba acusado de integrar el llamado ‘Escritorio do Crimen’, un grupo de exterminio investigado por el asesinato en 2018 de la concejala negra y activista de derechos humanos Marielle Franco, que no cesó de denunciar el creciente poder de las milicias y sus vínculos con la política.
En junio 2005, Flávio Bolsonaro, entonces diputado en la Asamblea Legislativa en Río (Alerj), le condecoró cuando este se encontraba en prisión. Ese mismo año, su padre Jair Bolsonaro, también diputado, dedicó un discurso en la Cámara de Diputados en defensa de Nóbrega.
Pero, además, Nóbrega era amigo de Fabrício Queiroz, el exasesor y exchófer de Flávio Bolsonaro, investigado actualmente junto al hijo del presidente por corrupción. Fue Queiroz quien recomendó a la madre de Nóbrega y a su exesposa para trabajar en el gabinete de Flávio en la Alerj.
Casualidad o no, Queiroz y Nóbrega vivían en la misma urbanización que Ronnie Lessa, un policía militar retirado y acusado de asesinar a tiros a la concejala y a su chófer Anderson Gomes.
Franco se había convertido en una molestia para las milicias.
Marta Miera
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