Hace unos días escuché una frase al pasar: “¿en qué puedo invertir?, necesito plata”. No recuerdo el contexto, ni si es irónica, pero sirve como pintura del presente.
Mario Rapoport y otros historiadores económicos dan cuenta de tres modelos a lo largo del Siglo XX. El agroexportador desde las postrimerías del Siglo XIX hasta 1930, la industrialización sustitutiva desde los ’30 hasta 1976 (con distintas subetapas) y el modelo rentístico financiero a partir de entonces.
El Siglo XXI arrancó su primera década y media desde 2002 con un intento de reconstrucción industrialista, con desarrollo de Ciencia y Técnica argentina que no alcanzó a consolidarse en términos estructurales y viene siendo desandado desde 2016.
El gobierno de Milei muestra una profundización del modelo financiero en niveles hiperbólicos con características de estafa ponzi. El calificativo de la estafa se debe al italiano Carlo Ponzi y su tipología es muy conocida. Consiste en prometer rentabilidades extraordinarias, que ningún negocio proporciona (y menos, asegura), que, efectivamente cobran un breve tiempo algunos “inversores” pero que se pagan no por la rentabilidad del negocio sino por la incorporación de nuevos “inversores”. Por supuesto, el globo revienta. Los que entraron primero ganan (si no se la creyeron aumentando su “inversión”), los últimos, pierden todo. Es lo que ha vuelto a hacer Milei en el escándalo de la memecoin $Libra. Digo que “ha vuelto” a hacer porque ya había pasado con su promoción de CoinX y Vulcano, casos semejantes, aunque todos tienen sus especificidades.
Javier Milei parece no entender el límite de su ética personal. El degenerado (no está dicho como insulto sino como descripción de la corrupción axiológica) pretende en su “batalla cultural”, según relató en el acting propagandístico con Jonatan Viale, que como él no considera reprochable la estafa ponzi de $Libra, sus protagonistas (él aún no se confiesa como tal) pueden realizarlo. El problema es que las leyes de un país no tienen nada que ver con la ética personal, y en Argentina, como en Estados Unidos y en casi todo el mundo, las estafas son ilícitas, en consecuencia quien la cometa es pasible de reproche penal y civil.
La suerte colectiva no está irremediablemente atada a la individual, como sabemos de sobra los argentinos. Cada uno de los proyectos fallidos, que fueron derrota para las mayorías, tuvo ganadores (pocos) que embolsaron fortunas. La financierización de la economía, hacer de la especulación el eje del sistema económico, fracasó siempre en el país, si por fracaso se entiende la suerte de las mayorías. Desde el 24 de marzo de 1976 en que se puede datar con precisión la muerte del proyecto industrial argentino, el día del golpe cívico-militar (aunque, con razón, hay quienes le ponen fecha 4 de junio de 1975, día del “Rodrigazo”), la economía argentina ha crecido a tasas muy bajas como promedio, se han deteriorado los salarios, la riqueza se ha concentrado y el Estado ha sido horadado hasta tornarlo irreconocible. Aquel país de principios de los ’70, casi sin pobreza ni desempleo, con vacaciones, salud y educación para casi todos es inimaginable a los ojos de éste. La explicación es simple: el modelo de financierización, el que Milei nos promete pero con turbo.
Más allá de la faceta delictiva, que la tiene, es hora de volver a una verdad evidente, fundante. Se reconoce la publicación en 1776 de “La riqueza de las Naciones” de Adam Smith como una pieza primordial, constitutiva, de la naciente disciplina, la economía política. Lo primero que dice, el modo que abre su obra Smith es el siguiente párrafo que debería esculpirse en el frontispicio del Ministerio de Economía:
“El trabajo anual de cada nación es el fondo del que se deriva todo el suministro de cosas necesarias y convenientes para la vida que la nación consume anualmente, y que consisten siempre en el producto inmediato de ese trabajo, o en lo que se compra con dicho producto a otras naciones”.
El ítem 1 de la economía, la verdad que la financierización exige redescubrir, lo que sabemos los industriosos argentinos de bien desde toda la vida, es que el trabajo genera la riqueza, no la timba como promueve el degenerado que funge de presidente. Urge educar a los pibes en la cultura del trabajo por fuera del pensamiento mágico y corrupto de “salvarse” estafando al prójimo.