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El diario del Oasis Norte de Mendoza

La región hace escuela

26 de diciembre de 2022

Cuatro historias navideñas para quienes son como el Grinch

  •   Por Franco D´Amelio
           

Es común que en los tiempos navideños haya producciones de todo tipo -especialmente extranjeras- que fomentan la devoción por esta festividad. Pero hay personas que, por distintas razones, suelen tener cierta apatía por la Navidad y sufren el escarnio de ser como el personaje de ficción popularizado por Jim Carrey que odiaba esta celebración.

Es común que en los tiempos navideños haya producciones de todo tipo -especialmente extranjeras- que fomentan la devoción por esta festividad. Pero hay personas que, por distintas razones, suelen tener cierta apatía por la Navidad y sufren el escarnio de ser como el personaje de ficción popularizado por Jim Carrey que odiaba esta celebración.

En esta edición contamos cuatro historias plausibles para que los antinavideños no se sientan discriminados.

Papá Noel me robó a mi novia

Juan tenía 23 años, estaba en la facultad y sin empleo. Le ofrecieron una changa de fin de año y la agarró. Le tocó disfrazarse de Papá Noel y repartir abrazos y saludos a los chicos para luego darles un folleto con descuentos a los padres e invitarlos a pasar al negocio que lo había contratado.

No sonaba difícil, el tema es que el local de electrodomésticos y artículos para el hogar trabajaba de corrido y ese diciembre hacía un calor tremendo. Debajo de todo ese terciopelo y guata para engordar la panza nórdica transpiraba como testigo falso.

Una tarde, eran como las cuatro, Juan en el semáforo cercano al local con un cartel en una mano y en la otra una campana metálica al mejor estilo estadounidense. Hacía mucho calor, pero su jefe no quería que se sacara nada, ni el gorro, porque le ‘quitaba la gracia’, decía. El tema es que a Juan se le empezó a bajar la presión, estaba parado y se le cerraban los ojos y de repente se apagó la tele y nada más se acuerda que sintió un dolor en la cabeza.

Despertó en el hospital, le informaron que efectivamente se había desmayado por un cuadro de deshidratación e hipertermia (exceso de calor). Pero ese no era el mayor de sus problemas.

Agarró el celular y tenía un mensaje de su novia mandándolo a volar. No entendía nada, le llamó y no le atendió, le escribió varias veces hasta que obtuvo un «¿qué querés?».
«No tengo idea qué decís, ¿sabés que estoy internado?», le dijo Juan.
– Sí y veo que te cuidan muy bien ahí
– ¿De qué hablás?
– No te hagás el pelo@**

Él le mandó varios stickers como para bajar la tensión. Entonces ella sólo le envía una captura de pantalla de Facebook de una conocida que al parecer era enfermera. Ella y otra chica más se habían sacado una foto con Juan mientras todavía tenía el traje de Papá Noel puesto. Él todavía estaba inconsciente y se sacaron una selfie cada una dándome un beso en un cachete.

Su compañera no creyó que en ese momento no estuviera lúcido. Desde entonces, cada año en los días previos a Navidad, Juan repite: «Papá Noel me c@** mi novia».

La navidad arreglada

Yo tenía ocho años cuando un 25 de diciembre salgo a la vereda contento porque me habían regalado una pistolita de agua. Pero en medio de mi alegría mi vecinito Octavio me echa en cara que a él le había regalado una pistola como diez veces más grande y con mira láser además de un auto a control remoto buenísimo.

Yo volví a entrar medio triste, ya no miraba con tanto entusiasmo mi pistolita de plástico transparente.

Le pregunté a mi mamá por qué Papá Noel le daba a ese chico cosas mejores que a mí. Ella tragó saliva y me explicó que, en realidad, no había un único Papá Noel. Ante mi cara de sorpresa agregó: «claro, en realidad hay uno que es el gordito de la tele, ese es como el jefe. Pero como no puede estar en todo el mundo a la vez, él manda a otros papás Noel que trabajan con él para que vayan a las distintas casas. El tema es que esos papás Noel tienen cada uno su plata, algunos son más ricos y otros más pobres, entonces por eso algunos juguetes son mejores que otros. Esta vez a Octavio le tocó uno con mucha plata, pero podría haberle tocado uno con menos».

La explicación me pareció bastante sólida y, aunque no cambiaba mi realidad, al menos me secó las lágrimas.

El tema es que la misma situación la viví la navidad siguiente, entonces al otro año le escribí en la carta: «mandame los juguetes de nene que quieras, pero mandame un papá Noel con plata».
Pero ese año nuevamente el regalo de mi vecino le ganó por goleada al mío. Entonces me enojé y no quise celebrar más navidad, cuando mis abuelos me preguntaban por qué les decía: «porque está toda arreglada, Papá Noel les manda papás Noel con plata a los niños que tienen más plata, aunque no se porten bien, y a mí siempre me manda uno con poca plata y yo sí me porto bien».

Una noche no tan buena

Flor tenía siete años esa navidad. En esa ocasión toda la parentela se había organizado para hacerle un agasajo especial a todos los primitos. Habían convencido al tío Cacho de que se disfrazara de Papá Noel.
Tenía todo el perfil (o el frente): era un sesentón de tez blanca con una panza que evidenciaba incontables asados, tortitas, vinos y cervezas.

La idea era que, minutos después del brindis fuera a una habitación a cambiarse y traer la bolsa con los regalos.

El tema es que ese 24 hacían 38°C y 45 de sensación térmica. El tío, que era una esponja humana, había estado tomando desde temprano en la previa. Una cervecita acá, un Campari allá.

A eso le sumamos bastante Vitel toné, garrapiñada, pan dulce, tiramisú, sidra y, como si fuera poco, un meloncito con vino más el aire acondicionado que se había roto justo esa noche.

Cacho no sólo estaba medio entonado, sentía todo más revuelto que corrida bancaria. La tía lo codeó interrumpiendo su mirada perdida hacia el piso para que fuera a cambiarse. Con una dificultad épica se paró, llegó medio cruzado a la habitación y no se sabe bien cómo se logró poner el atuendo rojo y blanco y perfiló por el pasillo haciendo zigzag.

Un sobrino grande le alcanzó la bolsa de regalos que se había olvidado y finalmente llegó hasta donde estaban los niños sentados de rodillas en el piso con los ojos cerrados.

El tema es que entre las maniobras se le cortó el elástico de la barba justo ahí, delante de los chicos que ya no aguantaban para abrir los ojos. Con desesperación el tío se inclinó a recuperar su barba de algodón, pero la presión del cinto navideño hizo lo suyo sobre el cóctel que llevaba adentro y pasó lo peor: la combinación de todas sus comidas y bebidas les dio un baño ácido a Flor en primer lugar, pero que terminó empapando a todos los chiquitos que esperaban su regalo.

En conclusión: más allá de los insultos que cosechó el tío, la experiencia le sirvió para aflojarle al tinto.

«Vení con el trineo o no la cuento»

24 de diciembre a la tarde. Estaba rabiando porque a último momento mi mujer cambió de idea de vestido para la noche y quería que saliera a comprarme una corbata anaranjada, sí, a horas de la nochebuena.
Con menos onda que Rody Suárez ante un feriado sorpresa salí a ver qué encontraba. Mientras voy en camino adonde suponía que podía encontrar me llega un mensaje de ella: «de paso comprate otro pan de miga y más fiambre».

Conseguí una corbata color «maracuyá», que me salió $5000 que tuve que pagar con la tarjeta que estaba más cargada que la copa del mundial.

Llego a la única panadería que todavía tenía pan de miga y había una fila de 70 metros al rayo del sol.

Pensé en las discusiones que tendría si caía sin el pan, así que junté fuerzas y me puse al final. A los diez minutos sentí que me moría: la mayonesa casera que había estado catando al mediodía me había caído mal, tuve que huir.

A la noche se respiraba la tensión en el aire, como si hubiera estado el gas abierto faltaba que alguien prendiera el fósforo nomás y mi mamá no tuvo mejor idea que hacerlo con la sutil frase: «¡ay, se acabaron los sanguchitos, qué lástima! Es que eran tan poquitos…».

Mi esposa, que de tonta no tiene un pelo la cruzó: «sí, tu hijo no quiso comprar más».
– No fue así, me estaba haciendo encima.
– Siempre tenés una excusa para todo, hacés las cosas sin ganas vos.
– ¿Qué sin ganas, si además tuve que salir a comprar la corbata porque cambiaste de vestido ochenta veces?
– Me cambio si quiero, no necesito tu permiso y para colmo te compraste esa corbata amarilla horrible, te dije naranja.
– Es maracuyá- argumenté.
– Es un asco, espero que no haya salido cara
– Es la que había
– El tema nena es que vos le pedís muchas cosas- dijo mi mamá.
– ¿Qué se compre ropa y un pan de miga?
– No compré el pan porque había una fila de una cuadra, además ¿por qué siempre tenemos que comer sánguches de miga en navidad?
Y me fui porque estaba descompuesto te dije.
– Es que vos también con las comidas que hacés vos nena- fulminó mi amada madre.

Ahí ya no puedo seguir describiendo las cosas que se dijeron, yo estaba todavía con la copa en la mano para hacer el brindis. Entre gritos y reproches actuales y pasados me acerqué a la ventana, de fondo ya se escuchaba un plato roto, y miré el pasacalle que había puesto la Muni con mis impuestos: «amor y paz», entre guirnaldas luminosas.

Miré al cielo y le dije a papá Noel: «este bardo lo armaste vos, vení a sacarme con el trineo o no la cuento»


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